Qué cálida es la luz de una vela, esto es lo que le ha hecho resistir el paso del tiempo y aguanta firme en una sociedad altamente tecnológica. Sigue con nosotros, no la necesitamos pero está en casi todos los hogares, digamos que es la contraparte de la lámpara, mientras que esta se usa para iluminar, la vela la queremos para oscurecer, convierte en penumbra todo lo que está a su alrededor con una luz super acogedora de encanto y misticismo. Tiene un significado simbólico escrito profundamente en nuestra memoria emocional.
“Una vela basta. Que el cuarto esta noche
no tenga mucha luz. En la añoranza
en la ensoñación así, me entregaré del todo a las visiones
para que vengan las Sombras, las Sombras del Amor”
Y bueno, todo esto que os cuento es para explicaros una manualidad que justo sirve para sustituir a nuestra vela, qué contradicción. Ya sé, ya sé que donde se ponga la auténtica, hecha con cera de abeja, esencia aromática de miel y mecha ecológica de algodón, pues, no cabe otra, pero a veces por seguridad no es recomendable.
Y las velitas led…vaya, nos hacen un apaño cuando no podemos poner las que nos gustan en aquellos rincones que piden un puntito de luz (estanterías, vitrinas)
Al grano. Flores secas, cera de abeja y/o parafina, pegamento y cualquier recipiente de plástico o vidrio donde se puedan introducir velas de led mini son los materiales que se necesitan para esta manualidad. La improvisación es opcional.
No hay mucho que explicar porque es sencillo: se pegan las flores sobre el recipiente que hayamos elegido y lo introducimos por la base, lentamente, en la cera ya fundida. Cuando llegue a la altura que deseamos se saca despacito, se coloca sobre papel de horno para que enfríe y… ya está.
«No es de dónde tomas las cosas, es adónde las llevas.» – Jean-Luc Godard
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