Claudia hace poco que está entre nosotros. Es una bebita rebuena, tranquila y comilona. Por las noches respeta el sueño de sus papás aunque esté despierta, se entretiene escuchándose sus gorgoritos o chupándose las manitas. Al amanecer espera a su madre con una sonrisa de oreja a oreja para su primera toma del día. Llora solo cuando se asusta o cuando se hace daño intentando jugar con el chupete. Risueña y muy disciplinada para lo chiquita que es.
Le encanta el baño y aunque pone carita de inseguridad al
primer contacto con el agua, enseguida empieza a “nadar” contentísima y
confiada de que está en su medio, tal vez porque le recuerde la estancia en el
útero materno. Su mamá ahora solo le baña con agua templada, pero más adelante,
a los cinco o seis meses, ya podrá prepararle un agua jabonosa clarita con dos gotas
de aceite de lavanda ¡qué rico baño! Para cuando pueda sostener la espalda y
sentarse, le dejará que juegue con la pastilla, si es que consigue atraparla. Luego
de los baños vendrá la ducha, a solas con el jabón, pero mamá vigilando. Y lo
más difícil, la pubertad, andará detrás de la adolescente intentando comerle el
coco, bueno, persuadiéndola, de que el jabón es la mejor alternativa para una
piel sana.
Confío mucho en la intuición de las madres, saben que la piel
de su bebé es lo más tierno y que está desprotegida hasta que su sistema
inmunológico se configure, mientras tanto, la mantendrán a salvo.
Los jabones son de aceite de oliva macerado con
caléndula de temporada y lavanda. Quería ponerle manzanilla pero aún no ha
salido, este año tenemos una primavera de contrastes y el jardín va retrasado por las lluvias y el mal tiempo. Dice el refranero “Primavera
mojada, verano seco”, así que ojo con el agua, no la desperdiciemos.
Ha parado el viento y bajo los árboles hay esa luz
sobrenatural que sigue a la lluvia (Marguerite Duras)