Antes de hablaros sobre la crema, os voy a contar una anécdota
que me ocurrió el día en que nevó tantísimo. Ese día estaba desayunando cuando oí
pequeños golpes en el cristal de la ventana, mirad quién era
Sí, un pajarito que me pedía comida. Igual que en un cuento
¿no es para morirse de amor?
Más tarde, cuando quitábamos la nieve alrededor de la casa,
otro pajarito aún más pequeño que el anterior, con el pecho de color naranja, se
puso a aletear alrededor de nuestros pies. Yo alucinaba, jamás había visto aquello,
estaban hambrientos y vencieron el miedo a los gigantes humanos para poder
acercarse y dejarse alimentar hasta recuperar las fuerzas. Al anochecer se
marcharon, por suerte mi gato, con tanta nieve, prefirió quedarse dentro de casa,
así me evitó el agobio de tener que vigilarle.
Dice Jennifer Ackerman que “los pájaros recuerdan, piensan,
sienten, hacen regalos y aman”, pues ojalá que no se olviden de mí y vuelvan.
La crema nació de un error. Su fórmula la sé de memoria, solo
que se me cruzaron los cables y puse el porcentaje de aceite de coco al 100 %, cuando
lleva el 50, pero bueno… a veces los errores son aciertos y como el mundo sensorial
de las cremas es amplio y admite muchas texturas, esta mantequilla vegetal la voy
a incorporar a mi lista. Tiene un punto cremoso bastante rico, como el de un
helado. Se funde enseguida cuando la pones en la piel y aunque al principio da
la sensación de que va a ser grasosa no lo es, penetra rápidamente y deja la
piel como a mí me gusta, transpirable e hidratada, en este orden. Lleva aceite
de coco macerado con lavanda y rosas, agua, lecitina de soja, mucílago de lino
dorado y cera de abeja. Los aceites esenciales son de hinojo y lavanda.
Para cuerpo y rostro.
El jabón es de aceite de oliva con cera de abeja y
colofonia. Le puse raíz de lirio para fijar el olor, de lavanda.
Para cabello, cara y cuerpo.
Y, como las semillas soñando bajo la nieve, vuestro corazón
sueña con la primavera.
(Khalil Gibran)
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