Jabón de aceite de coco, oliva y colofonia, con más de cinco meses de curación
Todo tiene su pro y su contra, incluso el jabón. Pese a su transcendental importancia en la historia para la protección de la salud a través de la higiene, parece que hay un movimiento contra la pastilla de jabón que sostiene que, además de eliminar gérmenes de la piel, también acaba con sus aceites protectores y altera su nivel de pH. La motivación de esta corriente es clara: alentar a los microbios a vivir en armonía en el cuerpo, animar a las bacterias a que se den un festín con el amoniaco del sudor y así obtener una piel equilibrada y de bajo mantenimiento. Billones de microbios protegiéndola de los patógenos y conservándola saludable al producir vitaminas y otros productos químicos útiles. Resumiendo, salvar la microbiota de la piel (colección de microorganismos que viven en ella) porque es la protectora en grado de excelencia. Y sí, es verdad, todo lo que perturbe nuestro ecosistema balanceado, en este caso el jabón, debe ser objeto de estudio y autocritica.
El jabón de sosa es alcalino por naturaleza (pH 8-10) y no
se puede conseguir un pH menor si no es añadiendo agentes químicos o reguladores
de pH (ácido cítrico o láctico), que ya sería otro proceso. Pero si el jabón
está correctamente formulado es el que menos va a resecar la piel y no la va a dejar
desprotegida, el cuerpo ya está adaptado a nuestro ritmo de higiene personal y
reemplaza la capa eliminada por otra nueva en un plazo de menos de una hora,
aproximadamente. Dicho esto, no hay que abusar ni del jabón ni de las duchas
(el agua de grifo suele tener un pH entre 7 y 9), busquemos siempre el término
medio, ese que tanto cuesta encontrar.
Si estáis de veraneo en la playa sabed que el agua de mar es también alcalina, pero qué bien sienta.
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