El jabón está resquebrajado a propósito. Cerca ya de la
navidad, fábrica de recuerdos y tradiciones, quería hacer un jabón para
regalar, con apariencia antigua y con ingredientes básicos que hayan estado
siempre presentes en su larga historia. Busqué información y encontré una sobre
las resinas bastante interesante, concretamente la colofonia o pez griega muy
apreciada en jabonería. En los años cuarenta, por no irme más atrás, el jabón
de tocador de alta gama llevaba un 5 % aproximadamente de colofonia con el fin
de aportarle un tacto sedoso y abundante espuma.
No estaba nada segura del resultado porque nunca había usado
este ingrediente y el jabón es tan… imprevisible. La fórmula lleva solo un
aceite; oliva macerado con romero, cera de abeja, sal y colofonia. Sabía que
esta última acelera mucho la traza y eso ya te pone de los nervios. La disolví
con cera de abeja antes de echarla al aceite, vertí la sosa y empezó a
endurecer enseguida. Al minuto de batir resultó una masa densa (tipo pasta de
almendras para hacer turrón) muy difícil de remover. Contaba con ello, pero no
me dejaba de sorprender lo rápido que sucedía todo. Estuve unos treinta minutos
mareando el amasijo y con una cuchara lo fui introduciendo en el molde.
Presionando, alisando la superficie y suspirando de alivio al terminar lo dejé
reposar 24 horas.
Consideraciones: El jabón quedó espectacular. Así que a
partir de ahora contaré con la colofonia variando los porcentajes. Fue un
subidón de suavidad, olor y espuma. Ah, y aguanta el paso del tiempo como
ninguno.
Después de este jabón repetí dos veces más, no varié la
fórmula, pero sí la elaboración, cambié algunos pasos que ya os contaré.
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