Nutritiva de cera bellina para las zonas más secas de la piel
Desde el paleolítico cuando el ser humano descubre, a través
de la quema de ciertas maderas y resinas, aromas que le podían provocar sentimientos
y ambientes más estables, comienza la búsqueda de respuestas que le permitieran
clasificar, ordenar o comprender cada olor y las funciones que podrían
atribuírsele. A partir del neolítico la utilidad del perfume se diversifica, se
concibe para honrar a la divinidad, para disimular olores desagradables, para
despertar ardientes pasiones o para sugerir o acrecentar la personalidad.
La industrialización del perfume surge por la necesidad de
tapar el mal olor, principalmente el de las pieles. Hace más de cuatro siglos muchas
prendas de vestir se confeccionaban con pieles de animales y el proceso de
curtido aún era rudimentario por lo que desprendían un olor “molesto”.
Comenzaron a untar las pieles con fuertes y persistentes aromas como el ámbar,
almizcle o civeta. También, en aquella época la higiene personal era muy
descuidada, las mujeres, grandes aficionadas a estos perfumes fogosos,
disimulaban el mal olor colocándose almohadillas empapadas en las axilas y los
muslos.
Cuentan que Anne Marie de la Trémoille, princesa de Nerola y
camarera mayor de palacio de la corte de Felipe V de España marcó tendencia al
ocurrírsele perfumar sus guantes con flores de azahar (esencia conocida desde
entonces por neroli). Esta moda alcanzó límites extremos en la corte española,
para más tarde extenderse a París, donde la profesión de guantero paso a ser
inseparable de la de perfumista.
La Belle Epoque (principios del siglo XX), convierte al
perfume en un
artículo de lujo, tiene nombre y envase especial. Emancipada
y moderna, la mujer encuentra en los perfumes con aldehído una frescura inédita.
Son los años locos, el periodo de las extravagancias, del atrevimiento, las
mujeres trabajan y se independizan, ¡se olvidan del corsé! Los ánimos echan
chispas: triunfa la velocidad, se baila el charlestón y se idolatran las
estrellas del cine mudo. Los aldehídos aportan frescura y dinamismo a los
perfumes.
Entre 1930 y 1960, la alta costura y los perfumes se asocian.
Los costureros
imponen las fragancias con carácter, se lleva el perfume de
alta costura. En los cincuenta se democratiza, nacen las “eaux de toilette”
masculinas y el perfume americano: Europa sueña con América. Con los sesenta aparece
el movimiento hippy y el pachuli invade las calles. Llegó la hora de la
liberación sexual. Diez años más tarde el hombre accede al mundo del perfume,
disocia definitivamente perfumarse y afeitarse. La mujer reivindica su
diferencia y se inclina por fragancias que correspondan a su estilo de vida.
El perfume de los años ochenta busca sensaciones fuertes. La
fragancia masculina exalta el cuerpo del hombre frente a los elementos
naturales. Las mujeres marcan el territorio de sus conquistas profesionales con
perfumes potentes, casi agobiantes y se codea con el hombre en el maratón del
éxito individual. Después de este período materialista, a partir del 2000,
hombres y mujeres sueñan con un mundo más puro, intercambian sus perfumes,
inspirados en la búsqueda de una nueva frescura, las nuevas “aguas” huelen a
agua como para satisfacer un afán de pureza. Se quiere volver a lo esencial.
¿Y, qué nos cuenta el perfume de nuestra sociedad actual?
El perfume se une a la piel en una alquimia misteriosa y debe
crearse no para ser un clásico o una tendencia sino para conseguir lo exclusivo,
reflejando los infinitos matices de la personalidad con un mensaje seductor y
coherente hacia nosotros y hacia los demás. Es el toque del perfumista y de la
mujer que lo lleva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario