Aceite de rosas, aceite de coco y manteca de karité
Esperaba al verano porque sé
que en otro momento no vais a estar tan receptivas, para hablaros de las duchas
de agua fría. Eduardo Galeano, escritor uruguayo, las llamaba la cultura del
terror y vaya, sí que asustan un poco, pero como son más que saludables, os intentaré
convencer de que este “ritual tan espantoso” habría que convertirlo en una
rutina ¡diaria!
Hace
bastante, en un mes agosto, nos invitaron unos amigos a conocer Ibiza. Isla que cautiva, con un
ambiente genial, superatractivo, clima perfecto y las playas, qué puedo decir,
me impresionaron.
Sabía que sus aguas eran muy
cálidas, entre 25 y 27 grados, ideal para mi amiga que le gusta el agua
calentita. Pero para mí no, soy de baños fríos y al entrar en el mar eché en
falta las temperaturas bajas de las playas del Atlántico a la que estoy
acostumbrada.
A los pocos días comenzó a
dolerme la cabeza y sentía fastidio al no poder disfrutar de todo aquello tan encantador.
Tomé calmantes, pero no ayudaron mucho y me recuerdo sentada en el porche, a la
sombra, con pamela y gafas oscuras mirando a mi amiga, que tenía una sonrisa de
placer enorme, dentro de la piscina. Observándola vino a mi cabeza las
bañeritas hinchables de los bebés donde las mamás calientan el agua al sol y
donde casi se podría cocer un huevo -¡Qué graciosa!- pensé, -¡¿cómo puede estar
ahí dentro?! ¡¿cómo le puede gustar?!
Una noche mientras cenábamos nos hablaron de un pozo de agua fósil dentro de la finca que no se utilizaba. Al día siguiente fuimos a verlo y lo abrimos. La
boca de la manguera tenía un diámetro muy ancho, tal vez era un tubo, no me
acuerdo, pero al sentir el chorro de agua en las manos sí que recuerdo la
sensación de frescor que tanto echaba de menos, ¡estaba heladita! Sin pensarlo
la “enchufe” sobre mi cabeza, gradualmente, evitando el choque térmico, y no os
podéis imaginar lo bien que me sentó ¡qué subidón de energía!, fue el mejor
analgésico. Así, visitando el pozo a diario, pude disfrutar de mis últimos días
en la isla.
Hay más para convenceros.
La fuerza del agua fría sobre
la piel pone al corazón a trabajar y hace que sus músculos se flexionen
instintivamente, movilizando la sangre hacia todos los órganos. Activa el
sistema nervioso con una descarga que funciona como pequeños electrochoques
creando un efecto antidepresivo. Mejora el sistema inmune, mejora el sueño,
reduce la inflamación (¡celulitis!), tersa la piel, quema grasas (cuando el
cuerpo se expone al frío, requiere más temperatura para calentarse y para
hacerlo debe procesar más energía), balancea las hormonas combatiendo el
desequilibrio, espabila el cerebro, te motiva para enfrentar el día, te sientes productiva.
Ya sé, ya sé, os estáis
preguntando por qué este martirio, por qué no una ducha de agua caliente, por
qué salir de nuestra zona de confort. Pues bueno, es cuestión de elegir, la
vida siempre nos va a desafiar y somos nosotros los que decidimos cómo
enfrentarnos a estos “duelos”, tomároslo como un reto personal que os llevará
arrastrando los pies hacia la ducha, pero os sacará de ella flotando.
“Cultiva solo aquellos
hábitos que quisieras que dominaran tu vida” – Elbert Hubbard
¡Verano!