Mientras buscaba
un bikini para estos días de playa encontré un bañador ideal. Era sencillo, en
tono marfil y forma clásica con cierto estilo retro, pero llamaba la atención la
muselina de seda supertransparente-vaporosa que le envolvía, acabando en una
insinuación de faldita alta. Y, aunque no soy de bañadores, me lo probé.
Sentaba rebien pero no lo bastante para cambiarlo por el biquini, que para mí sigue
siendo la prenda de baño más cómoda, ya sabéis “cómodas y guapas, dos veces
guapas” (en este orden). Pues eso, que mientras me miraba en el espejo recordé
aquellos bañadores del año “catapún” y a las chicas Pin Up.
Allá por el siglo XIX ir a la
playa era un rito reservado a los enfermos ya que los baños en el mar se
consideraban terapéuticos; aprovechaban los elementos del medio marino bajo supervisión
médica. Pero con la llegada del siglo XX fueron las mujeres las primeras en
descubrir las posibilidades del mar como lugar de ocio, en el que se podían
liberar de la tiranía de los vestidos y los corsés de la época, un cambio en
cuanto a la propia relación con su cuerpo y una relajación de las costumbres.
La playa comenzó a ser un lugar que decía de la sociedad más de lo que parecía.
En los años 20 comenzamos a
sustituir los incómodos y antiestéticos camisones y pololos por el clásico
bañador, aunque con perneras y escotes pocos pronunciados (había un hombre en
las playas -el Medidor de Bañadores- que se encargaba de vigilar que las
mujeres no enseñasen más de 15 cm de muslo). La pega es que el tejido era de
lana y al mojarse podía llegar a pesar unos tres kilos (hasta 1960 que llegó la
lycra).
Dos son las mujeres señaladas como
precursoras de la piel bronceada: Coco Chanel y Josephine Baker.
La diseñadora cambiaba el
concepto de moreno y marcaba una vez más tendencia. Sus fotos con un inusual
bronceado, fruto del descuido en un yate, fue todo un revuelo y el “estar moreno”
cobró una nueva dimensión, ya no se relacionaba con las personas que trabajaban
en el campo, sino con un nuevo estilo de vida. Las mujeres de la burguesía se
lanzaron a las playas para imitar su color tostado.
La actriz afroamericana, Josephine
Baker, era “La mujer de la piel de caramelo”. Fue imitada por una legión de
seguidoras enamoradas de su hermosa piel color bronce natural.
A finales de los 40 llegó la
revolución. Rompimos duros esquemas sociales y empezamos a marcar la silueta
con sugerentes trajes de baño, aún reforzados con ballenas para estilizar y
modelar el cuerpo. Pero el acontecimiento más importante fue en 1946 cuando el
ingeniero de automóviles Louis Réard inventó el primer bañador de dos piezas. La
prenda resultó tan escandalosa (enseñar el ombligo era tabú), que ninguna
modelo quiso lucirla, y su creador tuvo que contratar a la stripper Michelle
Bernardine, quien le dijo: “Su bañador va a ser más explosivo que la bomba de
Bikini”, en alusión a las pruebas nucleares realizadas en dicho atolón del
Pacífico.
Y lo fue. En 1953 Brigitte
Bardot posó en bikini durante el festival de Cannes. La prenda, que aún no
estaba socialmente aceptada, conquistó a las masas. Se afianzó con Ursula Andress en la película
“Agente 007 contra Dr. No”, inolvidable sus dos piezas. Y una más, Raquel Welch
con un proto-bikini en la película “Hace Un Millón de Años”, todo un clásico de
la bikinilogia.
En 2050, quién sabe ¿el bañador soluble? La moda da tantos
bandazos que no me extrañaría que se volviera a los pijamas acuáticos.
Pues, el repaso que os he hecho de nuestras antepasadas en
la moda baño no era de lo que quería hablaros en esta entrada, nada que ver,
pero… se me fue la olla con el biquini. Iba a contaros las dudas que tengo
sobre las cremas protectoras y de mi experiencia con ellas. Será en otra
ocasión.
El jabón y la barrita los hice con manzanilla, lavanda y caléndula,
es que necesito llevarme el campo a la playa, no puedo vivir sin él. Feliz
verano.
“Nadie necesita más unas vacaciones que el que acaba de
tenerlas”.