Crema nutritiva: aceite de girasol bio macerado con camelias,
aceite de coco, hidrolato de lavanda y cera de abeja
Jabones de aceite de oliva virgen extra macerado con camelias, manteca de cacao,
hidrolato de lavanda y cera de abeja
"Cuando yo debuté
como maiko (aprendiz de geisha) pesaba 40 kilos y mi quimono 22.
Tenía que sostenerme con todo el atuendo y de manera impecable sobre unas
sandalias de madera de 12 centímetros de altura".
“La sola idea de que las casas
de geishas son antros de perdición es ridícula, ya que los hombres apenas si
pueden entrar en estos bastiones de la sociedad femenina y, mucho menos,
alternar con las mujeres”. - Mineko Iwasaki (Popular geisha durante la década
de los 70 del siglo pasado)
“El mundo de la flor y el sauce”
es el nombre con el que se conoce en Japón al universo de las geishas.
Estas mujeres con sus rostros blanquecinos, sus labios de rojo brillante, sus
elaborados peinados y sus vistosos kimonos han estado rodeadas de un aura
de misterio, tanto para los japoneses como para el resto del mundo y su
trabajo está muchas veces mal asociado a la prostitución debido, en
gran medida, al mutismo impuesto por su propia tradición.
Su nombre deriva de dos
ideogramas chinos que significan "arte" y "persona", algo
así como "la persona que domina todas las artes". La belleza era
secundaria, lo que importaba era la agudeza y fluidez de su conversación. Su
preparación demoraba años y no se limitaba a la complicada ceremonia del té;
cuando pocos sabían leer y escribir, ellas dominaban historia, arte y matemática,
además de un profundo conocimiento de las artes tradicionales japonesas como el
canto, baile y guitarra. También eran expertas en política y relaciones
públicas, muchos negocios dependían de su diplomacia y capacidad para resolver
situaciones difíciles.
Recopilaban información acerca
de las personas a quienes iban a entretener. Si uno de los clientes era un
político, la geiko en cuestión estudiaba la legislatura que aquél defendía; si
se trataba de una actriz, leía algún artículo sobre ella en una revista; si era
un cantante, escuchaba sus discos. O leía su novela. O estudiaba el país de
donde procedía.
Mucho trabajo y entrega detrás
de estas mujeres que dedicaban largas y pesadas horas en vestirse. El
maquillaje, una capa espesa de color blanco, tenía que cubrir rostro y cuello, también
se pintaban la nuca, que era considerada la parte más seductora. Después de
colocarse la pasta blanca, pasaban un trozo de madera quemada para ennegrecer
las cejas y delineaban los ojos con pintura roja para resaltarlos. De rojo
también pintaban las mejillas y los labios. Untaban el cabello con un ungüento
grasoso que le daba brillo y lo mantenía tirante y bien peinado durante una semana,
durmiendo con el cuello sobre unos reposaderos pequeños (takamakura), en lugar
de almohadas, así de esta forma podían mantener el peinado perfecto. Para
reforzar este hábito, sus mentores colocaban polvo de arroz alrededor de la
base de apoyo, si las geishas volvían la cabeza lateralmente mientras dormían,
el arroz se pegaba al pelo y a la cara y tenían que volver a peinarse.
Se vestían con interminables kimonos a modo de enaguas y
sobre ellos el de geisha. Finalmente, una faja que podía llegar a medir cuatro
metros de larga envuelta fuertemente a la cintura. Hay mucho más pero no quiero
extenderme.
Pues, curiosamente las geishas
eran el grupo femenino más emancipado de todo Japón. Es cierto que su trabajo
les obligaba a satisfacer siempre a sus clientes masculinos, de una forma
intelectual, artística y por supuesto agradable para la vista, pero detrás de
todo esto, las geishas eran de las pocas mujeres económicamente independientes
que había en Japón y de las pocas que podían reclamar posiciones de autoridad e
influencia, lejos de las paredes del hogar. Hoy son portadoras y guardianas de
una larga tradición en una sociedad japonesa actualmente muy moderna.
Y para acabar, os dejo algunos de sus mandamientos:
1. Los hombres tienen el corazón de un niño. Cuando un hombre hace algo bien, no escatimes elogios. Una geisha no le asusta, ni le reta ni le desautoriza, sólo le cuida.
2. Actúa. Susúrrale lo
inteligente que es, siempre de una forma muy femenina. Él se reirá, porque sabe
que es una actuación, pero se sentirá halagado de todos modos.
3. Los hombres necesitan mimos e indulgencia. Céntrate en el
bienestar del hombre. Si le haces feliz, tú también serás
feliz.
4. No uses el maquillaje para ser más hermosa, ya eres hermosa,
sino para ser más misteriosa, más seductora y para ser lo que quieras ser.
5. Sé modesta. Mantener el misterio es más seductor que revelarlo todo,
cubrirse resulta más atrayente que mostrar demasiada piel. Deja algo a la
imaginación, sé sutil.
6. Flirtea. En el mundo de las geishas, el flirteo es un juego y una forma
de arte, pero sólo un tonto creería que significa algo.
7. “Una mujer inteligente nunca deja que un hombre sepa lo inteligente que
es”. Los hombres quieren la compañía femenina para relajarse, no para discutir
noticias de economía. Les gusta que el tiempo que pasan con una mujer sea
diverso. Un espacio para jugar, fantasear, soñar...
8. Sé perfecta. Haz todo con precisión y cuidado, incluso algo tan sencillo
como preparar una taza de té.
9. Disfruta del sexo. Libre, sin culpa y con una actitud desinhibida.
Mascarilla facial tonificante: polvos de naranja amarga, pétalos de rosa de damasco
en polvo, almidón de arroz y unas gotitas de aceite de rosa y aceite de camelia
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