Con oleato de menta y rosas, karité, manteca de cacao y cera de abeja
Un perfumista español, Alberto Morillas, cumplió una obsesión
de esas que sólo Thierry Mugler, estilista y diseñador de grandes estrellas de
la música y moda, puede tener. Le encargó una fragancia que le recordara el
olor de su piel después de ducharse con un jabón que se había traído de un
viaje por Marruecos.
Pero más atrás tenemos a
Napoleón, aficionado a los baños y a un jabón aromatizado que se popularizó entre
su ejército y que impulsó en aquella época los mejores hábitos de limpieza
entre los hombres (las mujeres seguían prefiriendo la leche perfumada)
Oler a jabón hace tiempo que se puso de moda,
se quiere prolongar la sensación fresca y limpia de recién salida de la ducha.
Tengo una amiga que cada vez que le regalo un jabón me pregunta por los aceites
esenciales que lleva para comprárselos, -“es que quiero seguir oliendo igual de
fresquita”-. No es mala idea, de hecho yo hago lo mismo… pero no es lo mismo. Oler a jabón es una secuencia de sensaciones. Percibes limpieza, seguido de una
débil insinuación de sus aceites esenciales y finalmente
sientes, esto que llaman visualización en el tiempo, -“me recuerda a…”-
Y sí, hay perfumes en el mercado
con esta vocación, pero nada que ver. Simular los aromas empolvados con notas
transparentes y etéreas que tiene el jabón no es fácil. Dediqué un día en
curiosear estos perfumes y aunque encontré un par de ellos que me gustaron,
para mí que no lograban su finalidad. Algunos resultaban tan empalagosos como
sus nombres: “english laundry” (colada inglesa), “laundromat” (lavandería),
“fresh laundry” (colada recién recogida), mi visualización se limitaba a un
suavizante para la ropa.
Escuché a alguien decir que
“algo huele a limpio cuando no huele a nada” y razón no le falta. La función
del jabón natural es limpiar y sanear la piel, el aroma es parte del atractivo
inicial pero efímero.
Ninguna casa o "casita" sin adornar
Felices fiestas