¡Sabe a pipa!, exclamación
frecuentísima cuando por primera vez se prueba el aceite de girasol ecológico. Sabor,
olor y propiedades distan mucho del que normalmente usamos en la cocina: el refinado.
Leemos en su etiqueta: “aceite
vegetal refinado” o “grasa vegetal”, y nos
puede inducir a pensar que es un producto libre de impurezas (por ser refinado)
e incluso sano (por ser de origen vegetal). Pues va a ser que no.
Bajo estas denominaciones se
esconden aceites refinados industrialmente, sometidos a procesos que
transforman la estructura de sus ácidos grasos y que eliminan de su composición
sustancias biológicamente activas, nutrientes esenciales que son muy apreciados
para la salud.
¿Queréis conocer el proceso?, no
os lo voy a resumir porque no tiene desperdicio:
“…Según la calidad de la prensa y la dureza de la
semilla, si el proceso se realiza totalmente en frío, se logra extraer hasta el
20% del aceite contenido. Pero como estos valores resultan comercialmente
insatisfactorios, las grandes industrias utilizan temperatura, calentando las
semillas antes del prensado, hasta llegar a valores de entre 80 y 100ºC.
Después de la primera presión, el aceite aún contenido en
la semilla se extrae en un segundo paso con ayuda de un solvente derivado del
petróleo (el hexano), haciéndose hervir la mezcla. Lo obtenido se somete luego
a temperaturas del orden de los 150ºC a fin de recuperar el solvente por
evaporación, proceso que nunca alcanza el 100% de eficiencia y que por tanto
deja residuos tóxicos en el aceite. Según el tipo de semilla, en todos estos
procesos se utilizan tratamientos con soda cáustica y/o ácido sulfúrico para
corregir la acidez y neutralizar el aceite.
Así se llega al aceite llamado “crudo”, cuyo estado
resultaría impresentable para el consumidor y que requiere ulteriores procesos de
refinación para poder ser envasado. En el proceso de neutralizado se utiliza
hidróxido de sodio, donde la combinación con ácidos grasos libres permite la
separación del jabón producido. Con el jabón se van minerales y valiosos
fosfolípidos. Luego se realiza el proceso de desgomado que remueve más
fosfolípidos (lecitina) y minerales (hierro, cobre, calcio, magnesio, etc).
Posteriormente viene el blanqueado, proceso que se
realiza al vacío a temperaturas del orden de los 95/110ºC, con el auxilio de
decolorantes (como el hidrosilicato de aluminio), donde se eliminan los
pigmentos de clorofila, xantofila y betacarotenos. Finalmente se llega a la
desodorización, proceso que exige temperaturas de entre 180 y 270ºC en
atmósfera controlada. Esto se hace para retirar malos sabores y olores del
aceite, productos del mismo proceso industrial, ya que no estaban
presentes en la semilla. Con los sabores y olores, se eliminan los aceites
aromáticos y los restantes ácidos grasos libres sobrevivientes.
A esta altura el lector, aunque no tenga conocimientos
técnicos, puede imaginar lo que queda en ese líquido transparente, insípido e
inodoro que vemos en los envases transparentes de las estanterías, muchas veces
ostentosamente presentado como el resultado de “cinco procesos de refinación”, pero
sin valor nutritivo y que requiere de antioxidantes (generalmente sintéticos)
para impedir que se vuelva rancio y pueda soportar meses de permanencia en los
estantes expuestos a la luz.”
Un “poco” decepcionadas ¿no?
Sin cambiar de tema. Hay un pajarito, el trepador azul,
que todos los días me viene a pedir pipas de girasol. Es un maestro pelándolas,
las encaja perfectamente en las pequeñas grietas de la madera y picotea hasta
que las abre.
Y… ¿qué le aporta esa pipa? Mucha, pero que mucha
vitamina E
El sí que sabe
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