Algunas de vosotras ya sabéis lo que pienso acerca de la
exfoliación. No todas las pieles la necesitan, no debe ser abrasiva y no hay
que abusar de ella.
La exfoliación con azúcar no es de las más suaves, pero
en ocasiones, y especialmente en verano, apetece muchísimo este tipo de
limpieza que da tan buenos resultados. Cómo tenemos que hacerla y con qué
frecuencia es lo que os voy a contar.
El azúcar está formado por cristalitos con aristas, de lo
cual se deduce que utilizado de forma incorrecta puede arañar nuestra piel, así
que nunca la usaremos sobre la piel seca, vamos a extenderla en la ducha
totalmente mojadas. Empezaremos con hombros, brazos y piernas. Frotad con
suavidad, despacio y sin presionar. Notaréis que los cristalitos se van deshaciendo,
redondeando, es ahora cuando podéis animaros y masajear a vuestro gusto. Ya
cuando esté casi disuelta la extendéis por las demás zonas del cuerpo, incluido
el rostro, de esta forma nunca molestaréis a la piel. Aclaraos (ideal con agua
fresca) y secar a golpecitos de toalla.
La frecuencia dependerá de cada tipo de piel pero
nunca debemos tomarla como una costumbre, hagámosla en esos momentos puntuales
que de verdad lo necesite. Así que hay que estar atenta y saber escuchar a
nuestro cuerpo. Y si os dice que sí, aquí tenéis la receta, bien sencilla:
3 cucharadas de azúcar
4 cucharaditas de aceite (girasol, oliva…)
1 cucharadita de sal
4 gotas de aceite esencial
Si queréis sacar nota, podéis hacer un macerado de oliva
y zanahoria (antioxidantes que acompañan muy bien a la exfoliación)
El resultado, después de salir de la ducha, es una piel brillante, súper súper suave, fresca, hidratada,… dulce.
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