Macerado de oliva y ginkgo biloba, aceite de ricino y manteca karité
Con hidrolato y extracto de lavanda
Bajo invisibles estrellas
Su color es gris
oscuro, el silicio abunda en ella y su aparente dureza le da una recia presencia en este bucólico entorno. Esta roca,
surgida seguramente hace millones de años de alguna erupción volcánica, parece un
molde cuajado de tal forma, que da la sensación de estar hecho a propósito para
encajar en él, toda una anatomía humana. Recibe el Sol, tamizado por las aciculares
hojas de los pinos, al mismo tiempo que una brisa cargada de abundante oxígeno,
la baña dejándola fresca y limpia. Me invita a usarla de lecho para descansar, no
solo de la dura subida hasta ella, sino también del fractal en movimiento que
es mi mente; una imagen, una idea, una preocupación, una ansiedad, una
pregunta, ninguna respuesta, un recuerdo y todo eso repitiéndose a distintas
escalas dentro de mí, sin principio ni fin. Siento vértigo. ¡Tengo que escapar
de este laberinto!
Con el torso al
descubierto y la cara sudorosa, recibo con agrado el regalo, que tan pulcra
naturaleza me ofrece en este arrebatador momento. Cuando me he acoplado sobre
ella, he experimentado la sensación de reposo más agradable que mi cansado
cuerpo haya podido recibir en mucho tiempo. Tendría que retroceder en el mismo,
para sentir el disfrute de la blandita cuna que formaría con sus firmes brazos mi
madre, arrullándome con alguna canción acompasada de los amorosos latidos de su
corazón y meciéndome con ternura. ¡Incomparable deleite! Nunca grabado en mi memoria
claro que no…y ¿Para qué? Si es imposible comparar tal sensación. ¿Acaso en mi
vida podría haber algún momento mejor? Mis turbulentos pensamientos se van calmando, miro al cielo y tengo que cerrar
los ojos pues la luz colándose entre los resquicios producidos por el movimiento
de las hojas me molesta, me impide acabar
con el vaivén de mi cabeza.
Desde mi magnífico
observatorio, hacia el sur y a la derecha escondida entre pinos centenarios, se
vislumbra un cachito de aquella casa que otrora fuera refugio de tantos e incumplidos
sueños. Aparto la vista y los recuerdos, centrándome en el claro horizonte
marino que se contempla desde esta imponente atalaya, donde por una de sus
pendientes parece resbalar “El Atabal”.
Tengo que llevar mis pensamientos por otros
derroteros, huir del pasado; al menos de cierto pasado.
El cielo, ofreciéndome un
espectacular celeste, no parece tan profundo. No hay sombras ni referencias simula
una cercana cúpula. Me invita a reflexionar. De cara a esta infinita bóveda, sin interferencias de nubes intento penetrarla
con mi vista sin usar la imaginación. Me encantaría percibir el débil tintineo
luminoso de alguna lejana estrella; pero
es tal el resplandor del Sol, que me priva de observar a sus hermanas más cercanas.
Tal vez somos seres
oscuros a los que el exceso de luz nos aturde, impidiéndonos interpretar correctamente
la realidad. Sin embargo noto como la radiación solar calienta mi piel y eso es
agradable. También esas invisibles estrellas estarán enviando las suyas. Dicen,
que en forma de lluvia cósmica, como una suave brisa estelar, que tras cientos
de años, tal vez miles o millones, viajando a la velocidad de la luz, terminan
desparramándose en nuestro planeta. Algo de esa energía llegará aquí, a este
lugar, en este mismo instante, donde indolentemente descanso.
Unas pequeñas mariposas
azules, dos o tres no más, revolotean alrededor de mi sin
rozarme, son tímidas. Parecen danzar para llamarme la atención y bien que lo
consiguen. Una se posa en la piedra a
cierta distancia y abre sus alitas para enseñarme su espectacular colorido como
si se desnudara impúdicamente ante mis ojos
o tal vez simplemente para alegrar mi maltrecho corazón con ¡tanta
belleza! Otra alza el vuelo y con cierto atrevimiento se acerca a mi cara y
asustada quizás por mi asombro, acelera el batir de sus alas dejando un pequeño
rastro de brillante polvo… ¡Dios, que regalo me está haciendo! ¿Seré un
privilegiado al haber contemplado, lo que solo se ha descrito en los cuentos de
hadas? Seguro que lo he sido, porque este momento; no volverá a repetirse.
Y pensar que nos
afligimos por nimiedades, que le damos importancia en exceso a tanta vanidad,
que reflejándonos en el espejo de nuestro egoísmo no somos capaces de ver lo
que realmente somos; seres, incapaces de
percibir en esas pequeñas cosas tan bellas
y espontáneas, el modo más sencillo y amable de relacionarnos con nuestro
entorno.
El penetrante olor
resinoso de los pinos, hace lo que puede por limpiar los fatigados alveolos de
mis pulmones, maltratados durante años por el tabaco. Al cabo de un buen rato
respirando este perfumado aire, comienzo a saborear con más intensidad aromas
ya olvidados de mi infancia. El tomillo, el romero, mmm el poleo… abundan por este
entorno. ¡Cuántos recuerdos!
Aquellos primeros de noviembre, en los que todos los chiquillos íbamos con
nuestras mochilas cargadas de frutos y de ilusión hacia la “loma larga”, a vivir
imaginarias e imposibles aventuras, se
convirtieron posiblemente en una de las fiestas más deseadas. Vaciábamos el contenido de las taleguillas con desbordada
fruición, cargándonos de risas y felicidad. Al acabar la jornada, todos nos
llevábamos un ramillete de poleo ─muy
abundante por aquel entonces en aquella loma─ a nuestras casas para hacer balsámicas infusiones.
Algunos, también algún dolorcillo de tripa por tanta castaña cruda. Recuerdos
de aquella adorada Ceuta.
Intento no pensar en
nada, estoy tan relajado que me apetece dormir…cierro los ojos y ¡Que curioso!,
como si estuviera encaramado sobre el pino que me da sombra, me veo sobre la piedra donde descanso. Siento algo extraño,
no reacciono; de repente, esta comienza a abrazarme tomando forma humana, me
hundo en ella agarrado con firmeza por unos sedosos brazos que rodean mi tórax y abdomen impidiéndome escapar. Desde arriba
me grito a mí mismo ¡Despierta! Me siento doblemente angustiado, sufro desde lo
alto del árbol y desde la piedra, bueno ya no es una piedra, es una hermosa
pero inquietante mujer ; cada vez me integro
más en su cuerpo, no puedo respirar, me muero, cómo es posible que me trate así ¡Cuando he
sentido tanta admiración por ella! Empiezo a no ver nada, todo está oscuro.
Si el silencio total existe, lo estoy
experimentando. Ya no me contemplo, no grito, no siento angustia ni temor y sin
embargo noto que aún estoy vivo. Quiero abrir los ojos y no puedo. Todo esto es
imposible, estoy dentro de un sueño, tengo que despertar. ¡No es posible! ¡Pero
si estoy viendo! Es de noche.
Un oscuro cielo se va iluminando
lentamente; centellea, es como si millones de astros quisieran decirme algo. Tan
lejanos y sin embargo presiento sus invisibles dedos que me cubren de unos filamentos ligerísimos, como brillantes telillas
de araña. ¿Será polvo de estrellas? ¡Esto es inquietante! Mientras, aparecen mis amigas azules esparciendo el suyo
sobre mi cabeza y comienzo a presenciar como toda mi vida pasa ante mi conciencia, en súbitas
imágenes en color, grises, algunas negras y otras de un blanco tan intenso que
el Sol las envidiaría. Una mujer bellísima toda de blanco, pura luz, aparece
ante mí y me sonríe; parece una reina. ¡Es
la dama que apareció en el tarot! Sí, aquel que me echaron un tiempo atrás, auspiciando
que una mujer de blanco sería mi eterna protectora... Estoy tranquilo, siento
auténtica paz.
Al fin puedo abrir los
ojos, el resplandor del día sigue ahí, todo vuelve a la realidad. El Sol
pegando fuerte, la brisa sigue siendo fresca y los pinos murmurando… pero las
pequeñas y azules mariposas ya no están. Quizá nunca estuvieron; pero yo he vivido junto a ellas un quimérico
pero bonito sueño. Me incorporo y vuelvo pensativo pero relajado a casa. Tuve miedo, pero en realidad esa roca solo fue
el vehículo que llevó a mi ánimo la
señal de que alguien se preocupa y vela por mí. El futuro lo veo algo más
prometedor.
Mariano Álvarez Martín Noviembre de 2015
Todo lo mejor para estas fiestas y para el nuevo año
Felicidades
2 comentarios:
Me encanta tu blog!! saludos de una novata jabonera de Argentina. Besosss
Gracias Valeria. Un abrazo grande
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