Oliva, manteca de cacao, cera de abeja, extractos de vainilla y fresa y cacao en polvo
Tampoco puede faltar un cuento de navidad. Leedlo con vuestros niños que es para ellos.
CARICIAS DE MIMOSA
Húmeda y fresca mañana de finales de diciembre.
La luz asoma entre nubes y niebla por encima de la sierra que da cobijo en sus
laderas, a las casitas más alejadas de la aldea. Apenas calienta, sin embargo
el ardor de las humeantes chimeneas transpira hacia el exterior como un ligero
sudor, aromatizando el entorno de un agradable olor a leña quemada. Sensaciones
invernales que invitan especialmente a los niños, a seguir un ratito más en la
cama, apurando al máximo el tiempo necesario para salir pitando hacia la
escuela.
Los últimos nacidos en aquel entorno son
mellizos, Justo y Paula, tan pícaros y descarados como guapos y traviesos. Sus
padres, que lo son de otros dos hijos varones sufren con pena la ausencia de estos
y con estoicismo las descontroladas barrabasadas de tan menuda y temeraria
pareja.
─ ¡Paula, Justo, arriba niños! ─Aquellos
bultos bajo las sábanas y cálidas mantas, ni se inmutan. Julia con ternura se
acerca a la carita de Paula y le susurra: ─Vamos mi niña se hace tarde,
¡despierta! ─Luego destapa a Justo y
dándole un besito le dice: ─Mi amor levántate que hay que ir al cole─. Después
de varios intentos fallidos, consigue ponerlos en pie e iniciar el ceremonial diario
de asearlos y vestirlos, teniendo que imponerse levantando su tono de voz ante
la resistencia de ambos, a colaborar con ella sin alborotos.
─ ¡Mamá el niño me ha empujado! ─
─No, no es verdad, es una embustera.
Me ha hecho burla. ─
Entre dientes y sin que su madre le
escuche, Justo amenaza a su hermana.
─Te vas a enterar niña.
Paula, más profusa e hiriente…
─Ja ja, mira que risa me da… ¡No me
das miedo!
─Mami, Juztito dice que me va a pegar
cuando no le veas.
─No me digas Juztitooo ¡Embustera!
…ya verás luego ─lo dijo bajito pero amenazante.
─ ¡Vamos, a desayunar! No me enfadéis
tan temprano ─Por fin, con sus mochilas a cuesta se despiden de su mamá con
tiernos besitos. Julia, desde la puerta de su casa observa cómo se acercan a la
escuela, bastante cerca por cierto; espera verlos entrar y cuando lo han hecho,
suspira relajada. ─ ¡Ay mis niños! tan
pequeños y ya tan atareados. ¿Qué será
de ellos? ¡Dios mío ayúdalos!
Antonio su marido, ya hacía un par de
horas que se dedicaba al cuidado de la huerta y del ganado que les servía de
sustento. Un trabajo duro, pero tan arraigado en él como en el resto de sus
vecinos. Por nada del mundo abandonaría aquellos parajes tan entrañables, ricas
tierras que tanta vida habían dado desde no se sabe cuándo. Con nostalgia
pensaba en sus dos hijos emigrados a Suiza, recordando con alegría aquellos
días en los que, aún pequeños, le hacían enorme compañía en su trabajo. La
llegada de los mellizos, supuso para él una gran dicha. De algún modo esos
pequeños iban ocupando el vacío de sus ausentes hijos, a pesar de que solo
contaban con seis añitos.
Julia, a diario cuida primorosamente
un pequeño jardín, que florece llamativo delante de su casa. Rosas, geranios,
begonias, caléndulas, cláveles, buganvillas, y en un gran macetón una
espectacular mimosa. Allí, a veces se entretiene tanto, que pierde la noción
del tiempo. Eso sí, cuando despierta de sus anhelos vuelve apresurada a casa,
no sin antes saludar cuidadosamente aquella delicada planta. El movimiento de
sus hojitas, produce tanta dicha en Julia, que lo interpreta como caricias en
respuesta a las suyas.
Llegaron como siempre, entre alborotos
y disputas. No hacía falta que llamaran a la puerta, se les oía perfectamente.
─ ¡Que te quiiites! yo he llegado primero. Mamá abre, abre…corre. ─Niño déjameee.
¡Que me dejes! ¡Idiota!...─Así, se comportaban todos los días al volver del
colegio. Aporreaban la puerta y sus voces ya eran parte del momento. Incansables,
su carga de vitalidad era tremenda.
Después de comer, Julia permitió que
se fueran un rato al jardín, a tomar el reconfortante Sol de aquella excepcional
tarde, limpia de nubes y viento. Pensó que respirar esa naturaleza les relajaría
un poco.
No había transcurrido mucho tiempo,
cuando sobresaltada por un silencio fuera de lo normal, se acercó a la ventana
que frente al jardín permitía abarcarlo en su totalidad. ¡Oh dios mío! El
espectáculo que Julia veía, en nada era agradable. Justo y Paula enredados entre las ramitas de
la mimosa, se dedicaban a arrancarlas y
tirárselas a la cara, como pequeños dardos, conteniendo sus gritos para no ser descubiertos
por mamá. Paula, cogió una de las ramas más largas cubiertas de tiernas hojitas
y a modo de diadema se la plantó sobre la cabeza sacándole la lengua a Justo y
este ni corto ni perezoso arrancando otra, la utilizó a modo de látigo con su
hermana. En eso estaban, cuando de repente sienten ambos un fuerte tirón de
oreja, siendo arrastrados hacia la casa y obligados a sentarse quietos en la
cocina, donde Julia aún no había terminado sus tareas de limpieza.
Con los pabellones auditivos, el
izquierdo de Justo y el derecho de Paula, rojos como tomates, aguantaban sus
lágrimas, pero ambos no cesaban de refunfuñar; parecían dos muñecos por lo
estático de sus posturas. La madre de espaldas a ellos, les observaba en el
cristal de la ventana a modo de espejo y con discreción vigilaba. Vio la airada
imagen de Paula dirigiéndose a su hermano, sacándole la lengua e increpándole
en total silencio y este, haciendo ademanes de apartarla de su lado con cierta energía.
Se dispuso a darles una buena lección.
─Paula, Justo ¡Venid conmigo al
jardín! ─Con lágrimas en sus ojos hizo que la siguieran, plantándolos frente a
la mimosa.
─Por qué lloras mami. ─ preguntó
Paula.
─Por nuestra culpa tonta.
─ Habéis dañado mi tímida plantita. ¡Mirad
como ha quedado! Seguro que habrá sufrido mucho. ¿No os da penita?
─Julia rozó delicadamente con sus
dedos las pequeñas hojas y estas respondieron cerrándose despacio, como dando
besitos. Los niños con los ojos bien abiertos observaban embobados. ─Decidme ¿Creéis que las plantas sufren
cuando se les hace daño? ─ Si mami. ─Dijo llorando Paula.
─ Entonces, por qué lo habéis hecho.
─ No sé, sólo jugábamos, no nos dimos
cuenta. ¡Perdón, perdón mamá!
─ ¿Y tú que dices Justo? ─Nunca más
lo haré, te lo prometo. ¿Podrás curarla? ─Si me ayudáis a cuidarla, la
acariciáis y mantenéis la promesa de no maltratarla jamás, posiblemente se
recupere. Vamos, id a casa y sacudiros las hojitas que se han pegado a la ropa,
hacedlo con delicadeza pues son las lagrimitas de la planta. ─Decir esto y los
dos empezaron a llorar desconsoladamente…
─ ¡Dejad de llorar ya! Vuestros
hermanos llegan hoy y quiero que vean lo
bien educaditos que estáis. Haced el favor de comportaros como Dios manda. ─ ¡Si
ellos supieran! ─ dijo para sus adentros Julia.
─La llegada de Adrián y Luis, fue de
lo más celebrada. La alegría de aquellos sufridos padres era indescriptible y
para los mellizos una fiesta. No se separaron de ellos un solo momento. Sin
cansarse de hacer preguntas, esperaron impacientes
la aparición de algún regalito.
Cuando al fin, abrieron las cajas de bombones
traídas desde Zúrich, el aroma y el
color brillante de aquellas joyas de chocolate,
a Justo y Paula le produjeron un impulso irresistible de paladearlos uno
tras otro. Los envueltos en papel dorado, eran los más codiciados por la
pareja, tal vez pensaban que tras el papelillo se escondía el mejor bombón y el
más sabroso chocolate. Sus boquitas, manchadas por restos cremosos de los
devorados bombones, acrecentaban lo pícaro de sus gestos.
Junto a las golosinas, una caja
preciosa de madera que imitaba a un viejo arcón, presagiaba contener algo muy
valioso dentro de ella. Luis preguntó a
los pequeños: ─ ¿Que creéis que contiene? ─Un tesoro ─dijo Justo ─Monedas ─contestó Paula
─No, nada de eso. Venga otra oportunidad.
Es algo muy adorable ─Señaló Adrián
─Un gatito ─dijo Paula
─Un libro ─contestó Justo
─Nada
nada, no habéis acertado ¿Lo devolvemos?
─ ¡No, no por favor Adrián! Luis no
le dejes…ábrela anda ─Gimoteó Paula
─Vale, pero tenéis que cuidarlo ¿lo
prometéis?
─Siiii. Lo prometemos ─ lo afirmaron en
voz alta.
─Adrián tomó la caja y la abrió. Colocadas cuidadosamente
aparecieron unas graciosas figuras que simulando madera de ébano, reproducían un
Belén. Un característico olor, delataba que no eran de madera. Estaban talladas
en un perfumado y lustroso chocolate. Fue impactante, y los niños no sabían que
decir. A Paula se le ocurrió preguntar que si se podían comer y Justo dijo:
─Eres tonta ¿Te vas a comer al niño? Yo no lo haré. ─No, yo tampoco. ─ Gimoteó
Paula.
─Tranquilos niños, acordaros de lo que os he dicho de vuestro
comportamiento. Es un precioso regalo ¿Verdad? Lo luciremos todos los años por
estas fechas. ¿Os parece? ─ dijo Julia besando a sus recién llegados. ─
¡Si, si! ─respondieron al unísono los pequeños.
─ ¿Donde lo ponemos? ¿En la repisa
de la chimenea? ─preguntó Antonio
─ ¡Nooo papá! se derretirán ─dijo
Justo con cierto ímpetu.
─Pues lo dejamos en su arcón, y
mañana le buscamos un buen sitio.
─Bien Justo, así se piensa ─Concluyó
Antonio.
Después de pasar una agradable velada, se
retiraron todos a dormir.
Amaneció un nuevo día en aquel
entrañable hogar y Julia se dispuso a hacer un aromático café mientras se iban
despertando. Echó un vistazo a su
jardín, no dando crédito a lo que estaba viendo. Justo y Paula aún en pijama,
madrugadores, habían colocado el Belén de chocolate en la mimosa y se dedicaban a rozar
tiernamente las hojitas que se iban cerrando al contacto con sus deditos.
Aquella sensitiva planta, les respondía con tiernas CARICIAS, una escena que se
congeló en las pupilas de mamá Julia. Salió al jardín y se unió a los mellizos en una composición de
perdón, abrazos, amor y fragancia de Chocolate.
Mariano Álvarez Martín Navidad de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario