miércoles, 30 de diciembre de 2015

Fresa, vainilla y chocolate

¿Fiestas sin chocolates?


Oliva, manteca de cacao, cera de abeja, extractos de vainilla y fresa y cacao en polvo


  

Tampoco puede faltar un cuento de navidad. Leedlo con vuestros niños que es para ellos.

CARICIAS DE MIMOSA

Húmeda y fresca mañana de finales de diciembre. La luz asoma entre nubes y niebla por encima de la sierra que da cobijo en sus laderas, a las casitas más alejadas de la aldea. Apenas calienta, sin embargo el ardor de las humeantes chimeneas transpira hacia el exterior como un ligero sudor, aromatizando el entorno de un agradable olor a leña quemada. Sensaciones invernales que invitan especialmente a los niños, a seguir un ratito más en la cama, apurando al máximo el tiempo necesario para salir pitando hacia la escuela.
Los últimos nacidos en aquel entorno son mellizos, Justo y Paula, tan pícaros y descarados como guapos y traviesos. Sus padres, que lo son de otros dos hijos varones sufren con pena la ausencia de estos y con estoicismo las descontroladas barrabasadas de tan menuda y temeraria pareja.     
─ ¡Paula, Justo, arriba niños! ─Aquellos bultos bajo las sábanas y cálidas mantas, ni se inmutan. Julia con ternura se acerca a la carita de Paula y le susurra: ─Vamos mi niña se hace tarde, ¡despierta!  ─Luego destapa a Justo y dándole un besito le dice: ─Mi amor levántate que hay que ir al cole─. Después de varios intentos fallidos, consigue ponerlos en pie e iniciar el ceremonial diario de asearlos y vestirlos, teniendo que imponerse levantando su tono de voz ante la resistencia de ambos, a colaborar con ella sin alborotos.
─ ¡Mamá el niño me ha empujado! ─
─No, no es verdad, es una embustera. Me ha hecho burla. ─
Entre dientes y sin que su madre le escuche, Justo amenaza a su hermana. 
─Te vas a enterar niña.
Paula, más profusa  e hiriente… 
─Ja ja, mira que risa me da… ¡No me das miedo!
─Mami, Juztito dice que me va a pegar cuando no le veas.
─No me digas Juztitooo ¡Embustera! …ya verás luego ─lo dijo bajito pero amenazante.
─ ¡Vamos, a desayunar! No me enfadéis tan temprano ─Por fin, con sus mochilas a cuesta se despiden de su mamá con tiernos besitos. Julia, desde la puerta de su casa observa cómo se acercan a la escuela, bastante cerca por cierto; espera verlos entrar y cuando lo han hecho, suspira relajada.  ─ ¡Ay mis niños! tan pequeños  y ya tan atareados. ¿Qué será de ellos? ¡Dios mío ayúdalos!   
Antonio su marido, ya hacía un par de horas que se dedicaba al cuidado de la huerta y del ganado que les servía de sustento. Un trabajo duro, pero tan arraigado en él como en el resto de sus vecinos. Por nada del mundo abandonaría aquellos parajes tan entrañables, ricas tierras que tanta vida habían dado desde no se sabe cuándo. Con nostalgia pensaba en sus dos hijos emigrados a Suiza, recordando con alegría aquellos días en los que, aún pequeños, le hacían enorme compañía en su trabajo. La llegada de los mellizos, supuso para él una gran dicha. De algún modo esos pequeños iban ocupando el vacío de sus ausentes hijos, a pesar de que solo contaban con seis añitos.
Julia, a diario cuida primorosamente un pequeño jardín, que florece llamativo delante de su casa. Rosas, geranios, begonias, caléndulas, cláveles, buganvillas, y en un gran macetón una espectacular mimosa. Allí, a veces se entretiene tanto, que pierde la noción del tiempo. Eso sí, cuando despierta de sus anhelos vuelve apresurada a casa, no sin antes saludar cuidadosamente aquella delicada planta. El movimiento de sus hojitas, produce tanta dicha en Julia, que lo interpreta como caricias en respuesta a las suyas.
Llegaron como siempre, entre alborotos y disputas. No hacía falta que llamaran a la puerta, se les oía perfectamente. ─ ¡Que te quiiites! yo he llegado primero. Mamá abre, abre…corre. ─Niño déjameee. ¡Que me dejes! ¡Idiota!...─Así, se comportaban todos los días al volver del colegio. Aporreaban la puerta y sus voces ya eran parte del momento. Incansables, su carga de vitalidad era tremenda.
Después de comer, Julia permitió que se fueran un rato al jardín, a tomar el reconfortante Sol de aquella excepcional tarde, limpia de nubes y viento. Pensó que respirar esa naturaleza les relajaría un poco.
No había transcurrido mucho tiempo, cuando sobresaltada por un silencio fuera de lo normal, se acercó a la ventana que frente al jardín permitía abarcarlo en su totalidad. ¡Oh dios mío! El espectáculo que Julia veía, en nada era agradable.  Justo y Paula enredados entre las ramitas de la mimosa, se dedicaban  a arrancarlas y tirárselas a la cara, como pequeños dardos, conteniendo sus gritos para no ser descubiertos por mamá. Paula, cogió una de las ramas más largas cubiertas de tiernas hojitas y a modo de diadema se la plantó sobre la cabeza sacándole la lengua a Justo y este ni corto ni perezoso arrancando otra, la utilizó a modo de látigo con su hermana. En eso estaban, cuando de repente sienten ambos un fuerte tirón de oreja, siendo arrastrados hacia la casa y obligados a sentarse quietos en la cocina, donde Julia aún no había terminado sus tareas de limpieza.
Con los pabellones auditivos, el izquierdo de Justo y el derecho de Paula, rojos como tomates, aguantaban sus lágrimas, pero ambos no cesaban de refunfuñar; parecían dos muñecos por lo estático de sus posturas. La madre de espaldas a ellos, les observaba en el cristal de la ventana a modo de espejo y con discreción vigilaba. Vio la airada imagen de Paula dirigiéndose a su hermano, sacándole la lengua e increpándole en total silencio y este, haciendo ademanes de apartarla de su lado  con cierta energía.
 Se dispuso a darles una buena lección.
─Paula, Justo ¡Venid conmigo al jardín! ─Con lágrimas en sus ojos hizo que la siguieran, plantándolos frente a la mimosa.
─Por qué lloras mami. ─ preguntó Paula.
─Por nuestra culpa tonta.
─ Habéis dañado mi tímida plantita. ¡Mirad como ha quedado! Seguro que habrá sufrido mucho. ¿No os da penita?
─Julia rozó delicadamente con sus dedos las pequeñas hojas y estas respondieron cerrándose despacio, como dando besitos. Los niños con los ojos bien abiertos observaban embobados.   ─Decidme ¿Creéis que las plantas sufren cuando se les hace daño? ─ Si mami. ─Dijo llorando Paula.
─ Entonces, por qué lo habéis hecho.
─ No sé, sólo jugábamos, no nos dimos cuenta. ¡Perdón, perdón mamá!
─ ¿Y tú que dices Justo? ─Nunca más lo haré, te lo prometo. ¿Podrás curarla? ─Si me ayudáis a cuidarla, la acariciáis y mantenéis la promesa de no maltratarla jamás, posiblemente se recupere. Vamos, id a casa y sacudiros las hojitas que se han pegado a la ropa, hacedlo con delicadeza pues son las lagrimitas de la planta. ─Decir esto y los dos empezaron a llorar desconsoladamente…
─ ¡Dejad de llorar ya! Vuestros hermanos llegan hoy  y quiero que vean lo bien educaditos que estáis. Haced el favor de comportaros como Dios manda. ─ ¡Si ellos supieran! ─ dijo para sus adentros Julia.
─La llegada de Adrián y Luis, fue de lo más celebrada. La alegría de aquellos sufridos padres era indescriptible y para los mellizos una fiesta. No se separaron de ellos un solo momento. Sin cansarse de  hacer preguntas, esperaron impacientes la aparición de algún regalito.  
 Cuando al fin, abrieron las cajas de bombones traídas desde Zúrich,  el aroma y el color brillante de aquellas joyas de chocolate,  a Justo y Paula le produjeron un impulso irresistible de paladearlos uno tras otro. Los envueltos en papel dorado, eran los más codiciados por la pareja, tal vez pensaban que tras el papelillo se escondía el mejor bombón y el más sabroso chocolate. Sus boquitas, manchadas por restos cremosos de los devorados bombones, acrecentaban lo pícaro de sus gestos.
Junto a las golosinas, una caja preciosa de madera que imitaba a un viejo arcón, presagiaba contener algo muy valioso dentro de ella. Luis  preguntó a los pequeños: ─ ¿Que creéis que contiene? ─Un tesoro  ─dijo Justo ─Monedas ─contestó Paula
─No, nada de eso. Venga otra oportunidad. Es algo muy adorable ─Señaló Adrián
─Un gatito ─dijo Paula
─Un libro ─contestó Justo
─Nada  nada, no habéis acertado ¿Lo devolvemos?
─ ¡No, no por favor Adrián! Luis no le dejes…ábrela anda ─Gimoteó Paula
─Vale, pero tenéis que cuidarlo ¿lo prometéis?
─Siiii. Lo prometemos ─ lo afirmaron en voz alta.
─Adrián tomó la caja y  la abrió. Colocadas cuidadosamente aparecieron unas graciosas figuras que simulando madera de ébano, reproducían un Belén. Un característico olor, delataba que no eran de madera. Estaban talladas en un perfumado y lustroso chocolate.  Fue impactante, y los niños no sabían que decir. A Paula se le ocurrió preguntar que si se podían comer y Justo dijo: ─Eres tonta ¿Te vas a comer al niño? Yo no lo haré. ─No, yo tampoco. ─ Gimoteó Paula.
─Tranquilos niños, acordaros  de lo que os he dicho de vuestro comportamiento. Es un precioso regalo ¿Verdad? Lo luciremos todos los años por estas fechas.  ¿Os parece?  ─ dijo Julia besando a sus recién llegados. ─ ¡Si, si! ─respondieron al unísono los pequeños.
─ ¿Donde lo ponemos?  ¿En la repisa  de la chimenea? ─preguntó Antonio
─ ¡Nooo papá! se derretirán ─dijo Justo con cierto ímpetu.
─Pues lo dejamos en su arcón, y mañana le buscamos un buen sitio.
─Bien Justo, así se piensa ─Concluyó Antonio.
 Después de pasar una agradable velada, se retiraron todos a dormir.
Amaneció un nuevo día en aquel entrañable hogar y Julia se dispuso a hacer un aromático café mientras se iban despertando.  Echó un vistazo a su jardín, no dando crédito a lo que estaba viendo. Justo y Paula aún en pijama, madrugadores, habían colocado el Belén de chocolate  en la mimosa y se dedicaban a rozar tiernamente las hojitas que se iban cerrando al contacto con sus deditos. Aquella sensitiva planta, les respondía con tiernas CARICIAS, una escena que se congeló en las pupilas de mamá Julia. Salió al jardín  y se unió a los mellizos en una composición de perdón,  abrazos, amor  y fragancia de Chocolate.


Mariano Álvarez Martín                                 Navidad de 2015 




miércoles, 16 de diciembre de 2015

Jabones de ginkgo biloba, ricino y karité

Macerado de oliva y ginkgo biloba, aceite de ricino y manteca karité
Con hidrolato y extracto de lavanda








Bajo invisibles estrellas

Su color es gris oscuro, el silicio abunda en ella y su aparente dureza le da una recia  presencia en este bucólico entorno. Esta roca, surgida seguramente hace millones de años de alguna erupción volcánica, parece un molde cuajado de tal forma, que da la sensación de estar hecho a propósito para encajar en él, toda una anatomía humana. Recibe el Sol, tamizado por las aciculares hojas de los pinos, al mismo tiempo que una brisa cargada de abundante oxígeno, la baña dejándola fresca y limpia. Me invita a usarla de lecho para descansar, no solo de la dura subida hasta ella, sino también del fractal en movimiento que es mi mente; una imagen, una idea, una preocupación, una ansiedad, una pregunta, ninguna respuesta, un recuerdo y todo eso repitiéndose a distintas escalas dentro de mí, sin principio ni fin. Siento vértigo. ¡Tengo que escapar de este laberinto!  

Con el torso al descubierto y la cara sudorosa, recibo con agrado el regalo, que tan pulcra naturaleza me ofrece en este arrebatador momento. Cuando me he acoplado sobre ella, he experimentado la sensación de reposo más agradable que mi cansado cuerpo haya podido recibir en mucho tiempo. Tendría que retroceder en el mismo, para sentir el disfrute de la blandita cuna que formaría con sus firmes brazos mi madre, arrullándome con alguna canción acompasada de los amorosos latidos de su corazón y meciéndome con ternura. ¡Incomparable deleite! Nunca grabado en mi memoria claro que no…y ¿Para qué? Si es imposible comparar tal sensación. ¿Acaso en mi vida podría haber algún momento mejor? Mis turbulentos pensamientos se van  calmando, miro al cielo y tengo que cerrar los ojos pues la luz colándose entre los resquicios producidos por el movimiento de las hojas me molesta, me impide  acabar con el vaivén de mi cabeza.

Desde mi magnífico observatorio, hacia el sur y a la derecha escondida entre pinos centenarios, se vislumbra un cachito de aquella casa que otrora fuera refugio de tantos e incumplidos sueños. Aparto la vista y los recuerdos, centrándome en el claro horizonte marino que se contempla desde esta imponente atalaya, donde por una de sus pendientes parece resbalar “El Atabal”. 
Tengo que llevar mis pensamientos por otros derroteros, huir del pasado; al menos de cierto pasado. 

El cielo, ofreciéndome un espectacular celeste, no parece tan profundo. No hay sombras ni referencias simula una cercana cúpula. Me invita a reflexionar. De cara a esta infinita bóveda,  sin interferencias de nubes intento penetrarla con mi vista sin usar la imaginación. Me encantaría percibir el débil tintineo luminoso  de alguna lejana estrella; pero es tal el resplandor del Sol, que me priva de observar a sus hermanas más cercanas.

Tal vez somos seres oscuros a los que el exceso de luz nos aturde, impidiéndonos interpretar correctamente la realidad. Sin embargo noto como la radiación solar calienta mi piel y eso es agradable. También esas invisibles estrellas estarán enviando las suyas. Dicen, que en forma de lluvia cósmica, como una suave brisa estelar, que tras cientos de años, tal vez miles o millones, viajando a la velocidad de la luz, terminan desparramándose en nuestro planeta. Algo de esa energía llegará aquí, a este lugar, en este mismo instante, donde indolentemente  descanso.

Unas pequeñas mariposas azules, dos o tres no más, revolotean alrededor de mi sin rozarme, son tímidas. Parecen danzar para llamarme la atención y bien que lo consiguen.  Una se posa en la piedra a cierta distancia y abre sus alitas para enseñarme su espectacular colorido como si se desnudara impúdicamente ante mis ojos  o tal vez simplemente para alegrar mi maltrecho corazón con ¡tanta belleza! Otra alza el vuelo y con cierto atrevimiento se acerca a mi cara y asustada quizás por mi asombro, acelera el batir de sus alas dejando un pequeño rastro de brillante polvo… ¡Dios, que regalo me está haciendo! ¿Seré un privilegiado al haber contemplado, lo que solo se ha descrito en los cuentos de hadas? Seguro que lo he sido, porque este momento; no volverá a repetirse.
Y pensar que nos afligimos por nimiedades, que le damos importancia en exceso a tanta vanidad, que reflejándonos en el espejo de nuestro egoísmo no somos capaces de ver lo que realmente somos;  seres, incapaces de percibir en  esas pequeñas cosas tan bellas y espontáneas, el modo más sencillo y amable de relacionarnos con nuestro entorno.

El penetrante olor resinoso de los pinos, hace lo que puede por limpiar los fatigados alveolos de mis pulmones, maltratados durante años por el tabaco. Al cabo de un buen rato respirando este perfumado aire, comienzo a saborear con más intensidad aromas ya olvidados de mi infancia. El tomillo, el romero, mmm el poleo… abundan por este entorno. ¡Cuántos recuerdos!

Aquellos primeros de noviembre,  en los que todos los chiquillos íbamos con nuestras mochilas cargadas de frutos y de ilusión hacia la “loma larga”, a vivir imaginarias e imposibles aventuras, se convirtieron posiblemente en una de las fiestas más deseadas. Vaciábamos  el contenido de las taleguillas con desbordada fruición, cargándonos de risas y felicidad. Al acabar la jornada, todos nos llevábamos un ramillete de poleo  ─muy abundante por aquel entonces en aquella loma─  a nuestras casas para hacer balsámicas infusiones. Algunos, también algún dolorcillo de tripa por tanta castaña cruda. Recuerdos de aquella adorada Ceuta.

Intento no pensar en nada, estoy tan relajado que me apetece dormir…cierro los ojos y ¡Que curioso!, como si estuviera encaramado sobre el  pino que me da sombra, me veo sobre la piedra donde descanso. Siento algo extraño, no reacciono; de repente, esta comienza a abrazarme tomando forma humana, me hundo en ella agarrado con firmeza por unos sedosos brazos que rodean mi tórax  y abdomen impidiéndome escapar. Desde arriba me grito a mí mismo ¡Despierta! Me siento doblemente angustiado, sufro desde lo alto del árbol y desde la piedra, bueno ya no es una piedra, es una hermosa pero inquietante mujer ; cada vez me integro más en su cuerpo, no puedo respirar, me muero, cómo es posible que me trate así ¡Cuando he sentido tanta admiración por ella! Empiezo a no ver nada, todo está oscuro.

Si el silencio total existe, lo estoy experimentando. Ya no me contemplo, no grito, no siento angustia ni temor y sin embargo noto que aún estoy vivo. Quiero abrir los ojos y no puedo. Todo esto es imposible, estoy dentro de un sueño, tengo que despertar. ¡No es posible! ¡Pero si  estoy viendo! Es de noche.
Un oscuro cielo se va iluminando lentamente; centellea, es como si millones de astros quisieran decirme algo. Tan lejanos y sin embargo presiento sus invisibles dedos que me cubren de  unos filamentos ligerísimos, como brillantes telillas de araña. ¿Será polvo de estrellas? ¡Esto es inquietante! Mientras,  aparecen mis amigas azules esparciendo el suyo sobre mi cabeza y comienzo a presenciar como  toda mi vida pasa ante mi conciencia, en súbitas imágenes en color, grises, algunas negras y otras de un blanco tan intenso que el Sol las envidiaría. Una mujer bellísima toda de blanco, pura luz, aparece ante mí y me sonríe;  parece una reina. ¡Es la dama que apareció en el tarot! Sí, aquel que me echaron un tiempo atrás, auspiciando que una mujer de blanco sería mi eterna protectora... Estoy tranquilo, siento auténtica paz.

Al fin puedo abrir los ojos, el resplandor del día sigue ahí, todo vuelve a la realidad. El Sol pegando fuerte, la brisa sigue siendo fresca y los pinos murmurando… pero las pequeñas y azules mariposas ya no están. Quizá nunca estuvieron;  pero yo he vivido junto a ellas un quimérico pero bonito sueño. Me incorporo y vuelvo pensativo pero relajado a casa. Tuve miedo, pero en realidad esa roca solo fue  el vehículo que llevó a mi ánimo la señal de que alguien se preocupa y vela por mí. El futuro lo veo algo más prometedor.

Mariano Álvarez Martín                                  Noviembre de 2015 



Todo lo mejor para estas fiestas y para el nuevo año
Felicidades