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"Hay que inocularse todos los días de fantasía para no enfermarse de realidad"
Anónimo
Carlos e Isatis
Acababa de cumplir 16 años
y ese día decidió hacer rabona. No era
la primera vez, ya había faltado a clase en otras ocasiones y cuando lo hacía
lo tenía muy claro, correr y correr hacia la playa, tumbarse en la arena y
quedarse fascinado viendo y oyendo el continuo vaivén de las olas. Aquella
mañana, el mar presentaba un aspecto amenazante y gris, se esperaba una fuerte tormenta que produciría grandes olas, justo lo
que Carlos deseaba. El rugir del mar lo interpretaba como un lenguaje de cabreo.
Tormenta tras tormenta había aprendido aquel gruñón idioma. Lo curioso, es que
en aquel pueblecito pesquero, nadie se había
percatado del asombroso don de Carlos. Se hubiera armado un buen revuelo por lo
extraño y prodigioso del caso.
Cuando las aguas eran calmas, no
escuchaba nada, pero rocas, viento y agua si le oían a él; en estado tormentoso se hablaban mutuamente.
Las olas rompían con
fuerza en una picuda roca que orgullosa se mantenía erguida a pocos metros de
la playa. La espuma que producía formaba una larga cabellera, semejante a una
gran cola balanceándose en las ancas de un hermoso caballo blanco. Esa piedra,
desde que la descubrió le había proporcionado infinidad de ideas a cual más
descabellada. Aunque tal vez, el que se pareciera
a un desbocado caballo de carreras fuera
la más imaginativa. La bautizó con el nombre de doña Picuda, pues en lo más alto de la peña, un pequeño promontorio
semejaba la larga nariz de una hechicera.
Algo más alejada, otra roca de forma
redondeada, se dejaba cubrir totalmente cuando el oleaje la golpeaba.
Desaparecía bajo el agua para emerger al rato sin oponer resistencia. Tantas
tormentas sufridas habían pulido su superficie haciéndola convexa, como el
caparazón de un quelonio. La bautizó como doña Tortuga.
Aquel día no era el más
apropiado para relajarse en la playa, el viento arreciaba, trayendo gotas de agua en forma de lluvia horizontal. El ambiente frío y húmedo invitaba a
retirarse de la playa. La equina roca presentaba su cara menos amable y gritaba
─ ¡Fuera! ¡Vete de aquí! No ves que me distraes y no puedo concentrarme en mi
lucha. Así escuchaba Carlos el bramido de
aquel peñasco, mientras batallaba orgulloso contra aquellas poderosas
embestidas. La piedra redondeada, era un continuo gemido de ahogo cada vez que
tenía que aguantar la respiración cuando
el oleaje la cubría. Carlos la escuchaba jadear… ─ No te vayas, pronto acabará
esta tormenta. ¡Ayúdame! ─clamaba doña Tortuga ─ ¿Y cómo quieres que te ayude?
Las olas son grandes, estás lejos y me da miedo.
─ Acércate un poco más
a la orilla y espera a que se calme este asqueroso mar. ─Haciendo gárgaras con el agua tragada, el
suave pedrusco imploraba a Carlos que se aproximara.
─ ¡No lo hagas
estúpido!, no te das cuenta que esa rechoncha y deforme roca quiere que te
acerques hacia ella para que una ola te
trague y desaparezcas entre las aguas. Aléjate de la orilla. Es un bicho malo ─gritó la picuda roca.
─ ¿Y porque iba a querer que una ola me trague?
─Infeliz. ¿No llegaste
a reconocer aquel ser tomando el Sol encima de ella el verano pasado?
─No. ¿Qué era?
─ ¿Qué era, qué era?
Nada de eso. ¡Quien era! ¡Eres un ingenuo! ¡Aléjate de la orilla!
─Está bien me alejaré.
Pero cuéntame ¿Qué era aquella cosa?
¿Tal vez una foca?
─ ¡Una fooca , una
fooca! ─ dijo en tono burlón y de enfado la picuda roca.
─Mejor no te lo digo,
pareces tonto.─
Carlos cogiendo un buen
guijarro de la orilla, se lo estampó con fuerza
gritándole:
─ ¡Te odio maldita,
ojalá y una ola te rompa por la mitad! Idiota
serás tú. Descuida se lo preguntaré a doña Tortuga cuando se calme el vendaval.
En tono más suave se
manifestó doña Picuda: ─Carlitos me has hecho daño, no eres bueno. ¡Escúchame!
Tapándose los oídos
Carlos le gritó: ─ ¡No me interesan tus historias!
─Carlos, Carlos, deja tranquila a doña Tortuga, hazme caso, te
estoy protegiendo.
─Adiós, ya vendré en
otro momento. Y no te preocupes por mí. ¡Estúpida! ─ exclamó Carlos.
Cuando aquella borrasca
fue perdiendo fuerza, la playa iba adquiriendo una estampa más
amable, poco a poco iba siendo visitada por bañistas y habituales pescadores,
que plantaban sus cañas en la orilla, donde indolentemente esperaban la visita
de algún despistado pez. Esa bonanza
molestaba a Carlos, le impedía integrarse
en aquel sugestivo paisaje. Las palabras de doña Picuda advirtiéndole de aquel
ser y de la malicia de doña Tortuga, habían sembrado en su soñadora cabeza,
dudas que imperiosamente le despertaron el deseo de despejarlas.
El buen tiempo durando
más de lo previsto y tanta escuela, le produjeron un estado de impaciencia que
se traducía en un cabreo permanente, no toleraba nada ni a nadie. Sus tareas escolares
se vieron afectadas y tanto su maestro
como sus compañeros notaron el cambio experimentado en él. Triste y pensativo
la mayor parte del tiempo, dejó de ser participativo tanto en clase como en el
recreo, cuando siempre había sido un chiquillo muy activo y alegre. La
adolescencia le estaba pasando factura.
Una noche de escasa
luminosidad debido a un cielo encapotado, Carlos impaciente corrió hacia la
playa con la intención de preguntarle a doña Tortuga por aquel ser indefinido,
descrito por doña Picuda, aún a sabiendas de que de un mar
en calma nunca obtuvo respuesta.
Se acercó a la orilla no
había nadie en la playa, se sentó frente
a la suave roca que emergía muy tranquila
lamida por suaves ondas y empezó a llamarla
─ ¡Doña tortuga!...así unas cuantas veces sin obtener respuesta. Cuando ya se marchaba, de repente le pareció
oír muy bajito…Carlosss.
─ ¿Es usted doña
Tortuga?
─Si, pero no grites que
despertarás a esa bruja Picuda y ya no
podremos hablar. ¿Qué quieres guapo?
─Me gustaría saber quién
era aquel ser, que el verano pasado vi descansando encima de usted y no pude distinguirlo
bien.
─Seguro que esa triste
y majadera roca, te diría que te cuidaras de mí y de ese ser, ¿A que sí?
─Si, ¿y cómo lo sabe
doña Tortuga? ─dijo bajito Carlos
─ La conozco muy bien,
es mucho el tiempo que llevamos cerca la una de la otra. Es una envidiosa y amargada que ha perdido el juicio si cree
que va a poder aguantar durante mucho tiempo tanta tormenta. ¡Ya quisiera ella
tener una amiga tan maravillosa como esa criatura! ¿Quieres conocerla?
─Sí, sí que me
gustaría. ─dijo entusiasmado él.
─ ¡Te advierto que te impresionará
su belleza y dulzura! ¡Es una nereida preciosa! Una criatura que habita en el
fondo del mar y que ama a los humanos.
─ ¿Y cuando la podré
ver? ─preguntó balbuciendo Carlos.
─ Mañana noche habrá
luna llena, ven sobre esta hora y llámame, pero ya sabes flojito. Conocerás el
ser más hermoso que tus ojos hayan visto.
─Descuida. Así lo haré.
Se levantó y salió
corriendo precipitadamente hacia el pueblo, procurando no ser visto por algún
vecino. En ese momento oyó a Doña Picuda
gritarle, Carlos, Carlitos… que eres un chiquillo, no seas iluso, ese
obstruido tafanario hiede, y no te traerá nada bueno.
─Te dije que me dejaras
en paz. No te creo.
─ ¡Carlos, escúchame! ¿Si
te encontraras en apuros en una tormenta, qué roca de las dos elegirías para
salvarte?
─No sé.
─Ves, ¡ereees tonto! ¿A
cuál podrías agarrarte mejor?
─Quizá a ti, pero no
sé, no me fío.
─Carlitos, hazme caso
no te traerá nada bueno ese ser y menos esa parda cagarruta.
─Me voy, ya veré lo que
hago. Pero has de saber que no me caes bien. Eres antipática.
─Cuando más feliz te
sientas en compañía de esas dos harpías, piensa un momento en mis palabras y
recuerda quien te puede ayudar. No lo olvides. ─concluyó doña Picuda.
Al día siguiente Carlos
despertó bastante excitado, un único deseo
le motivaba; que el día acabara cuanto antes, para encontrarse con aquel
ser tan maravilloso y dulce descrito por doña tortuga. Las horas en la escuela
le parecieron eternas y ya en casa, encerrado en su habitación, esperaba
impaciente que el Sol diera paso a tan ansiado crepúsculo.
Los reflejos de la luna
en el mar, formaban un luminoso camino hacia aquella roca invitando al muchacho
a nadar hacia ella. El tímido oleaje de aquel momento, producía un chisporroteo
de gotas que iluminadas por aquel disco nocturno parecían selenitas cayendo
sobre aquella resbaladiza piedra. El instante aquel era tan bello y tenso que a
Carlos le costó articular la primera sílaba Do…por fin lo hizo. ─ ¡Doña
tortuga! ─En tono bajito la llamó.
─No te impacientes, voy
a llamar a Isatis la Nereida para que la conozcas, pero cuando esté sobre mí,
has de venir nadando para verla ─le contestó doña Tortuga.
─No se preocupe, se
nadar bastante bien y además el mar está tranquilo. ─ respondió ansioso el
muchacho.
─Espera y verás.
─Ordenó doña Tortuga.
A un centenar de metros
doña Picuda muy intranquila, llamaba en voz alta a Carlos…
─Caaarlos escúchame ven
un momento, no hagas el tonto por favor, acércate…
─ ¿Qué quieres?
─Mira niño, te lo
advierto por última vez, o abandonas este jueguecito con tu tortuguita o no
volverás a ver esta playa, ni a tu pueblo ni a tu familia; así que tu verás lo
que haces.
─ Te da envidia
¿verdad?
─ ¡Hay que ver lo
inocente y bobo que eres! ¡Escuuuuuucha! Ese ser, es una nereida esclavizada por
un tritón oscuro. Trabaja para él, atrayendo a marinos y jóvenes idiotas como
tú seducidos por sus encantos, para llevárselos a lo más profundo del océano y
allí servir de alimento a esa colonia de feísimos tritones.
─No sabes lo que dices,
la envidia te corroe y te inventas historias con no sé qué intenciones, pero no
te haré caso. ¡No me molestes más!
─ ¡Óyeme cretiiino! De
una colonia de bellas nereidas y tritones luminosos, nació Isatis, a la que vas
a conocer, pero un mal día fueron atacados por los tritones oscuros
destruyéndola casi en su totalidad y llevándose a algunas nereidas como
esclavas, a las cuales instruyeron en las maldades más abyectas.
─ ¡Que me dejes! Vaya
historia.
─ Bien, no me hagas
caso. Allá tú, no será porque no te lo he advertido. ─concluyó doña Picuda.
─Doña tortuga, doña
tortuga…─gritó Carlos
─Tranquilo bonito.
¡Mira que es mala esa bruja! No quiere que nadie sea feliz. Anda, nada hacia mí
y espera, verás venir un ángel.
─Carlos se quedó en
bañador y con gran habilidad nadó hacia la roca cubriendo con rapidez los cien metros que la separaban de la
orilla. Sintió algo de frío pero la curiosidad y el deseo alimentado por doña
tortuga hizo que se olvidara de cualquier inconveniente. Quería causar una
buena impresión a Isatis.
De pronto oyó decir a
la roca: ─ ¡Mira, hacia poniente!
Bajo el agua, una luz
verdosa cada vez más fuerte avanzaba hacia ellos; hasta que llegando a su
altura, dando varias vueltas alrededor de la piedra, emergió gloriosa una preciosa nereida que tomando
impulso saltó sobre la roca, al instante esta relució de forma tenue al
contacto con el cuerpo de la nereida.
Carlos permaneció un buen rato boquiabierto,
sin saber qué hacer ni qué decir, la nereida emanando luz le miraba
amorosamente y sin mover sus labios le dijo: ─Hola jovencito ¿Querías conocerme?
─Si…─balbució Carlos. Ésta, acercándose a él, le acarició los cabellos y
recorrió su cara con unas delicadas manos. ─ ¿Sabes que eres un privilegiado? Doña
Tortuga me ha hablado tanto y también de ti,
que tenía ganas de conocerte. Además me dijo que eras un muchacho muy
guapo. Y no mentía.
Carlos alucinaba, creía
estar siendo protagonista de una película de ciencia –ficción y era tal la
cantidad de emociones que estaba viviendo, que sintiéndose lleno de felicidad
se atrevió a decirle a Isatis:
─ Pareces un hada…un
ángel…eres preciosa, tus cabellos parecen hilos de oro. ¿Puedo tocarlos?
─Si, pero suavemente,
me gusta la ternura.
─Si no me hablas es porque
¿puedo leer tu pensamiento?─preguntó
inocente Carlos
─Claro y yo el tuyo. De
este modo, la que llamas Picuda no podrá oírnos. Sé que te ha contado historias
relacionadas conmigo que son solo
patrañas. Está celosa porque he elegido una roca amable y suave y no una huraña,
incómoda, violenta y fea como ella.
─ ¿Tu reino está muy
lejos de aquí? ¿Está muy hondo?─preguntó Carlos
─ ¿Te gustaría
conocerlo? ─Ronroneando como una gatita, Isatis le invitaba.
─Si me gustaría pero,
¿Cómo podría ir allí?
─No te preocupes déjalo
de mi cuenta. ¿Te gustaría darme un beso?
Embobado, el pobre
Carlos accedió y en ese instante, cuando sus labios rozaron los de la nereida
notó un fuerte tirón de sus hombros hacia atrás, cayendo de espaldas al agua, siendo arrastrado hacia el fondo a gran
velocidad por un tritón oscuro y feo. Le faltaba el aire pensó que era su fin y
no obstante se acordó de los consejos de doña Picuda y mentalmente gritó con
todas sus fuerzas… ¡Doña Picudaaaaaaa, ayúdeme!
Doña Picuda adormilada
oyó los lastimeros gritos de auxilio de Carlitos y sin pensarlo bramó con un
alarido tan grande que retumbó en todo el pueblecito… ¡Pegasusssssss!
La gente asustada no
daba crédito, la noche era estrellada y aquello retumbó como la más grande de
las tormentas. De aquel feo y oscuro peñasco, surgió un poderoso caballo alado
de color blanco, que alzando el vuelo se adentró en el mar a gran velocidad
hasta llegar a la altura del malvado tritón y de la infausta nereida.
Desde gran altura, el
caballo se lanzó a las profundidades en persecución de aquellos malvados, que
al ser descubiertos y ver el poderío de tan enérgico e intrépido corcel,
soltaron su presa al instante, huyendo de espaldas como los calamares muertos
de miedo.
─ ¡Sube a la grupa
idiotaaa! Gritaba doña Picuda en su cerebro, ¡subeeee Carlitos!
Carlos lívido como un
cadáver, sacó fuerzas de donde casi ya no tenia y subiéndose a la grupa de Pegasus,
se agarró con tal energía a sus crines que se quedó como grapado a lomos de tan
bello corcel. Salieron a la superficie y volando hacia la costa, se posaron en
doña tortuga y pateándola, doña Picuda reía, toma toma, asquerosa cagarruta.
Majestuosamente el caballo se posó en la playa donde una multitud contemplaba
el espectáculo. ─Baja bobito, ya te lo dijeron.
No hiciste caso y has estado a punto de no volver a esta tu playa, con
tu pueblo y con tu gente. Dale gracias a
doña Picuda por el poderío de su voz y del amor que te tiene.
Carlos no se soltaba de
las crines del caballo, se había agarrado tan fuerte que sus manos estaban
totalmente agarrotadas. Al cabo de un buen rato se pudo soltar, y cayendo al
suelo se incorporó a duras penas para agarrarse a su cuello y darle un beso
diciéndole: ─Gracias por salvarme, nunca te olvidaré.
Pegasus majestuoso,
desapareció veloz hacia el firmamento.
Carlos, acercándose a doña Picuda
y rodeándola con sus brazos le
pidió perdón por tanta torpeza al no saber distinguir lo que es “bello y
difícil” de lo “ilusorio y fácil”.
Un ramillete de luz de
luna iluminó aquella agreste e iracunda roca.
Mariano Álvarez Martín…
tras una tormenta Octubre de
2015