Estos jabones los hice con un
macerado de aceite de oliva, argán, comino negro y semillas de cilantro.
Son especias que habitualmente
tengo porque forman parte de mi dieta. ¿No dicen que la primera farmacia está en la
cocina? ¿No dicen que Colón, cuando descubrió el continente americano, en
realidad estaba buscando una vía alternativa para llegar a las Indias
Orientales y poder traer de allí las famosas especias? ¿Y el encargo de
Magallanes, para encontrar una vía que permitiera alcanzar las Islas Molucas, donde
crecían los árboles de nuez moscada y clavo de olor? ¿O Vasco da Gama?
Claro que sí, es que vienen a
ser los primeros medicamentos que utilizamos hace muchos años y ahora recuperan
su terreno. Estamos asistiendo en Occidente a un renovado interés por estas
“drogas aromáticas”, llevados por una preocupación generalizada de nuestra salud. Un regreso a los alimentos tradicionales y cultivados de manera orgánica
con fines terapéuticos.
Empecemos con la semilla de cilantro: alto contenido de linalool en su aceite esencial (exquisito para crear perfumes relajantes). Estos frutos además presentan un importante contenido de ácidos grasos y minerales. Purificador de la sangre. Antioxidante y antiséptico.
El comino negro aumenta las defensas del organismo contra bacterias, hongos, virus y alergias. Sobrado en vitamina E y ácidos grasos insaturados. Relaja y nutre el cuerpo.
Abreviando, super alimentos de
cosmética “vivos”, con energía vibratoria.
Pues, no lo dejemos para más
tarde, pongamos una “caja de las especias” en nuestra cocina, secreto para una
vida equilibrada. Sin abusar, recordad que “la cantidad anula la calidad”.
Un mal viaje
Evaristo, acababa de llegar al hotel cansado del largo vuelo que
le había trasladado desde Sevilla a Egipto. Con el Sol aún por encima del
horizonte, se tumbó en la fresca cama de su habitación para descansar un rato y
sin pretenderlo se quedó dormido.
Oscurecía cuando despertó, se dirigió al gran ventanal que
ocupaba gran parte de la de la estancia, corrió sus cortinas y deslizando las
cristaleras, dejó entrar el aire aromatizado por los jazmines que crecían bajo
su terraza. Una espectacular estampa apareció ante sus ojos.
Suaves dunas, que más parecían toboganes de arena para disfrutar
deslizándose por ellas que olas de ese inmenso mar que es el Sáhara, se
perfilaban a lo lejos. Adornaban el horizonte en aquella noche de primavera oriental
donde la luna y las estrellas lo iluminaban todo, tiñendo el cielo de un azul marino claro. Todo
lo que su visión abarcaba se cubría con una pátina mágica que hacía difícil
discernir entre lo real y lo imaginario.
El espectáculo de aquellas dunas, el extenso palmeral que
rodeaba el hotel y aquella vaporosa luz que reinaba en aquel profundo y
tremulante firmamento, le produjeron una sacudida en su cerebro que le dejó por
unos instantes en el umbral de la inconsciencia. Reaccionó pronto, se sintió lleno
de sosiego y afortunado por respirar tanta paz y belleza. Tan lleno de vida se
encontraba, que, en voz alta e irónicamente exclamó: ¡Ya no me pisarás más! ¡Me
libré de ti cariñito!
El recuerdo amargo del desengaño sufrido con su último amor, se borraba
de su memoria. Una nueva e indefinida tranquilidad lo reemplazaba.
Evaristo, era contable, propenso a soñar entre tantos apuntes,
cifras y bailarines números. En más de una ocasión refirió a sus amigos haber
soñado como era devorado por pirañas en forma de números y aunque acompañaba
cínicamente las risas que producía entre ellos, en el fondo se sentía incómodo
y no muy satisfecho de su trabajo.
Esa frustración, la suplió con la relación sentimental que
mantuvo con su novia durante más de quince años. Estuvo muy enamorado de ella.
Juana, una sevillana
morena, alta, bien proporcionada y con una gracia innata en su rostro que lo
acompañaba de continuas risas, era justamente la persona que Evaristo necesitaba
a su lado para suavizar su seco y tristón carácter.
Cuando se conocieron,
ella era muy jovencita, bastante inmadura, pero muy alegre. Había abandonado
sus estudios de secundaria y decidió realizarse laboralmente. Gracias a su
gracejo innato y su agradable físico,
Juana consiguió abrirse camino en unos grandes almacenes cómo vendedora
de lencería, hasta conseguir un merecido reconocimiento por sus notables
ventas. Sus superiores la mimaban, en particular su jefe de planta, que sentía
por ella una admiración que iba más allá de lo laboral.
Fue allí, en su puesto de trabajo, donde se enamoraron. Un flechazo
para los dos que duró algún tiempo pero que poco a poco fue perdiendo
intensidad hasta llegar a la ruptura. Era evidente que sus caracteres eran
antagónicos y eso fue el detonante de una relación llamada al fracaso. Para
Evaristo, los últimos años de su relación con Juana no fueron muy agradables, en
especial el último, cuando tuvo conocimiento de la relación de Juana con su
jefe. Quiso recuperarla inútilmente hasta que estallaron en la última y más
triste discusión, donde surgieron insultos, reproches y juramentos. Evaristo
afirmó que lo más cerca que estaría de ella sería en el infierno. Ella, arrojando
más que enviando un beso, se despidió sonriendo socarronamente.
Conocer países exóticos
siempre fue para Evaristo uno de sus sueños preferidos y el bofetón sufrido por
la traición de su antigua novia, le motivó a realizar el viaje que disfrutaba
en aquellos momentos.
Las palmeras que rodeaban el hotel, rozaban las riberas del
Nilo. Componían un paisaje que no se diferenciaba mucho del soñado por
Evaristo, sin embargo, sí que le chocó ver los racimos de dátiles
cubiertos por esas bolsas de plástico usadas para evitar los ataques de los
insectos ; le parecieron capullos
gigantescos albergando crisálidas de alienígenas invasores. Sintió un fuerte repelús y cerró
el ventanal.
Se dio una ducha, se cambió de ropa y se dispuso para ir a cenar. Al tomar el ascensor,
reparó en el polo de Lacoste que se había puesto ¡era el que hacía dos años Juana le había
regalado¡ Abortó el descenso, y corriendo volvió a la habitación. Violentamente
se quitó el polo, lo arrojó a la papelera, se puso una camisa y más relajado
bajó al comedor.
Eligió una mesa para dos,
pidió un plato típico de la cocina egipcia. Kufta, esos exquisitos rollos de
carne picada de cordero a la brasa acompañado de arroz y verduras; una cena
algo excesiva que la culminó con dos
copas bien colmadas de Zebib , ese licor anisado egipcio. Una para él y otra
para la ausente convidada, aunque se la bebió por ella, como si quisiera con
ese gesto digerir definitivamente su recuerdo.
Ya en la habitación, se dejó caer sobre el mullido lecho. Cerrando los ojos se dejó mecer por los
vapores del licor y sin quererlo su mente voló al día aquel en el qué Juana
lució ante sus libidinosos ojos su desnudo cuerpo; momento sublime que jamás
pudo olvidar. Como un calidoscopio, las imágenes de Juana cambiándose y
luciendo los modelitos de lencería que le regaló, se superponían aquí y allá en
su memoria. Le costó dormirse, para cuando lo hizo, Juana ya no molestaba.
Los días que siguieron a su llegada, los dedicó a tres visitas
imposibles de pasar por alto: Las grandes pirámides, la ciudad de El Cairo y el
magnífico e intrigante Valle de los Reyes, pero la excursión que más le relajó
y de la que más disfrutó fue el viaje que realizó en las tradicionales faluccas
a través del maravilloso Nilo, desde El Cairo a Abu Simbel pasando por el
complejo de Karnat, Giza y el templo de Luxor. Hizo un regreso al hotel lleno
de optimismo, se sintió un turista privilegiado por haber contemplado tantas maravillas
en aquel fluvial viaje.
Tenía ganas de divertirse y decidió hacerlo viendo a las
espectaculares bailarinas de la sala Palmyra, afamado local donde la danza del
vientre era su espectáculo estelar. - ¡Ay Juana, cuanto te quise! - exclamó para sus adentros. No pudo
evitarlo, aquellas guapas y jóvenes bailarinas con sus hipnóticos y ondulantes movimientos
hacían que su Juana volviera a su mente. La melancolía se apoderó de él.
Disimuladamente secó una lágrima en sus ojos y decidió terminar aquella velada
que se prometía exuberante de aventuras y alegría.
Amaneció el último día de su estancia en aquellas
"milenarias tierras". Tratando de olvidar su tristeza, se vistió
deportivamente y salió a dar un paseo alrededor del hotel, hacia el palmeral. Sentía
la necesidad de despejar su mente para volver a Sevilla lleno de vitalidad
y poder realizar una nueva vida cargada de ilusionantes proyectos.
Se acercó a la ribera del
río, parándose a contemplar en un
remanso cubierto de jugosos nenúfares
en flor, cómo las libélulas revoloteaban sobre ellos. Esa reluciente escena fue
interrumpida por una agitación del agua que le llamó poderosamente la atención,
pensó que se trataría de algún ejemplar de la perca del Nilo al acecho de algún
pececillo. Inclinándose hacia adelante para observar mejor a su pez, no percibió que estaba siendo observado desde el agua por
unos ojos camuflados entre los nenúfares, cuando de repente, estallando en un
fulgurante ataque, una enorme masa de reptil se proyectó abriendo sus enormes
fauces hacia Evaristo, llevándoselo a lo más profundo del río.
Las aguas, manchadas de sangre, se calmaron, no así el revuelo
que se formó en el hotel tras la noticia dada por un pescador que desde la
orilla opuesta contempló la trágica escena.
Alertadas las
autoridades, durante veinte días anduvieron tras el monstruoso cocodrilo, autor
de otros ataques perpetrados tiempo atrás a animales, aunque hasta entonces no
se habían tenido noticias de ataques a personas.
La captura de la bestia fue infructuosa.
El Consulado de España en el Cairo, hizo oficial dicha desaparición, remitiendo un comunicado a los padres de
Evaristo.
Juana conoció la noticia por la prensa, sintió una ligera
aflicción pero no asomaron a sus ojos lágrimas que la hicieran sentir, aunque solo
fuera una pizca, un cierto afecto. Su vida actual estaba llena de
satisfacciones y además esperaba un hijo de su actual pareja. Se la veía
pletórica, muy feliz.
Transcurrido unos seis meses de aquella tragedia, en la prensa
egipcia apareció una noticia que bien podía estar relacionada con lo sucedido a
Evaristo. A unos cincuenta kilómetros aguas arriba habían capturado y dado
muerte a un cocodrilo de más de mil kilos de peso y en sus entrañas además de
una cabra medio digerida encontraron unos huesos humanos. Esos huesos, a petición de la familia de Evaristo, fueron
trasladados a Sevilla donde serían
sometidos a las pruebas de ADN para dilucidar si se trataban de los restos del infortunado contable.
Efectivamente, el
laboratorio forense confirmó mediante las pruebas de ADN, que aquellos
semidigeridos huesos pertenecieron a Evaristo.
La piel del saurio fue
adquirida por una famosa peletería, que lo transformó en caros objetos de
regalo.
Juana dio a luz un precioso niño, y su pareja muy enamorada de
ella quiso obsequiarla con un detalle fuera de lo común y en una zapatería muy
exclusiva del centro de Sevilla, le compró unos preciosos zapatos de tacón alto,
confeccionados en una piel muy especial. Se volvió loca de contenta, era una
chiflada de los tacones altos y además, la piel era de ¡cocodrilo!
Andando por la calle Sierpes, Juana, lucía orgullosa sus
magníficos zapatos mientras paseaba a su bebé del brazo de su generosa pareja.
Se pararon frente a un
elegante escaparate y el papá del niño le susurró al oído -Me comentaron que la piel con la que se han confeccionado tus
zapatos, es de una gran calidad, parece ser, que perteneció a un peligroso y enorme saurio capturado
no muy lejos del Cairo-
Juana sintió como un golpetazo en su cerebro que le produjo un
ligero “shock”. El color de su semblante
desapareció, se puso intensamente lívida…
Mariano Álvarez Martín