Pasarán unos cuantos años, no demasiados, para que nuestras
cocinas, dotadas de esos superaparatos que casi han dejado atrás la ciencia
ficción, funcionen como pequeños laboratorios tecnológicos inteligentes que “vigilen”
-si esa es la palabra adecuada- lo que se está “cocinando” en ellas y pretendan
pilotarnos en la dirección correcta (tabletas integradas en el mostrador, que
incluye las placas de inducción, báscula de precisión y un sistema operativo
capaz de mostrar las recetas de forma interactiva, además de ofrecer la
información nutricional exacta sobre los ingredientes que se van incorporando. Neveras
que, no solo mantienen cada producto en las condiciones idóneas de forma
aislada, sino que además llevan el control de lo que entra y sale, hacen transparente
su puerta para que las veas por dentro mientras ahorras energía, se
auto-diagnostican, y se comunican contigo por el móvil, por si hubiera alguna
información que compartir cuando no estás en casa. Impresoras en 3D que darán
el acabado perfecto a tu idea creativa. O sensores de alimentos que te ayudarán
a comprobar en cualquier momento el estado de tus ingredientes: su nivel de
oxidación, posibles rastros de contaminantes, los tóxicos y en general, el
nivel de calidad de aquello que vas a incorporar a tus recetas).
Pero mientras llega ese día seguiremos experimentando, transformado…
innovando, en nuestras “humildes cocinas -corazón del hogar-”, lo que se nos
antoje, sin ponerle freno al instinto ni límite a la inspiración.
La receta que os paso ya no es puntera, pero sí divertida,
para un fin de semana ocioso. Va de gastronomía-cosmética molecular y lo
primero que hay que hacer es ponerle nombre: qué tal ¿caviar de rosas? o… ¿esferificación
de agua floral de rosas sumergida en oleato? o ¿esencia de rosas atrapada en
una pompa de gelatina? Echadle humor e imaginación, ¿no se le llama a una
croqueta “bombón de bechamel envuelto en tempura de pan hidrolizado”? Pues eso.
La elegí porque tenía todos los ingredientes, va:
90 ml. del líquido que hayamos elegido (zumos, licuados, cremas,
etc.), en este caso, agua floral de rosas (hidrolato)
1 gr de agar (es una cucharadita de café aproximadamente)
Colorante natural (opcional). – Yo le puse unas gotas de
agua mezclada con polvo de fresas.
Llenamos un vaso, mejor alargado, con aceite y lo introducimos
en el congelador durante 30 minutos. Mientras, preparamos el agua floral que lleva
mitad de agua destilada y mitad de hidrolato. Hervimos la primera con el agar
un minuto y el hidrolato lo llevamos a 37º, se mezclan y se deja reposar hasta
que alcance la temperatura de 37-39º. Con un cuentagotas o pipeta dejamos caer
gotitas del preparado sobre el aceite y… eso es todo. Veréis como se forman las
pequeñas esferas que van depositándose en el fondo del vaso. Separadlas del
aceite con un colador.
Observaciones.
Las esferas quedan consistentes. Yo las utilizo en cremas
como estabilizante.
Podéis usar alginato en vez de agar agar (pero ya es otra historia).
El alginato gelifica alrededor de la mezcla, formándose una fina membrana exterior
sólida y manteniendo un interior líquido.
“Dilema del cocinero: El poeta triste escribe poemas y te
hace llorar. El pintor triste pinta cuadros y te logra emocionar. El músico
triste compone canciones y te hace cantar. Al cocinero triste… le está
prohibido cocinar.” - Gastón Acurio -
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