Cómo echo de menos la noche
de Reyes, la de verdad, la de los Magos de Oriente que vienen de muy lejos.
Hace pocos días charlaba con
Justi, una argentinita de diez años, y se refería a ellos como “esos tres
muchachos”, yo no podía reírme más.
Muchachos o reyes, qué más
da, pero que nunca deje de ser una noche de sueños.
"Pinceladas de una noche de
Reyes
Recuerdo aquella Navidad con
la nostalgia de quien ha perdido un cachito de su vida. Momentos llenos de hechizo,
tan plenamente vividos, que lamentas no poder reproducirlos. Sólo la memoria
intenta crear hologramas de los mejores retazos de aquellos días.
Tendría por aquel entonces
unos siete añitos y en casa reinaba un ambiente de felicidad difícil de
explicar. Todo era alegría, sabíamos que lo que se celebraba era algo muy hermoso. Mi madre, preparaba la masa que
luego convertiría en sabrosos pestiños y
roscos. Mientras, yo a escondidas hurtaba algunas piezas, procurando que
no lo notara, para luego golosamente comerlas en el portal de casa junto a mis amigos.
Mi hermano Antonio, descolgó
la hoja de una de las puertas, para usarla de plataforma sobre la que montó un
gracioso Belén. No le faltaba detalle, incluso hizo un riachuelo con auténtica
agua. Mi hermano Miguel
compró tres preciosos Reyes Magos montados en camellos, que se añadieron a las
menudas figuritas que guardábamos de años anteriores. Para disimular la
diferencia de tamaño entre las majestuosas efigies de los Reyes y el resto de
los pequeños motivos, éstos, se colocaron estratégicamente para dar la
sensación de lejanía.
Al montar el portal, hecho
habilidosamente de corcho, y adornarlo con el Niño, (que parecía una pulguita)
San José, la Virgen, la mula y el buey,
aquello tomó vida en mi imaginación.
Todo parecía adquirir movimiento, hasta olía a oriente (un olor
proveniente de la casa de nuestros vecinos musulmanes; donde el ardiente
carbón, el cordero, el cilantro y los dulces marroquíes, asaltaban de tarde en
tarde nuestro olfato)
Mi hermano Miguel, puso los
tres Reyes frente al portal y entonces se desbordó mi ambición, ansiando egoístamente
todos los regalos que pudieran llevar sus camellos.
El esperado día llegó. Me
encontraba atacado de los nervios, no conseguía relajarme, presentía que algo
maravilloso ocurriría aquella noche.
Después de ver la cabalgata, me acostaron antes de lo previsto, con la
excusa de que los Reyes necesitaban a los niños dormidos (Por aquel entonces no
se usaba el dejarles ni calcetines ni viandas para su larga noche de trabajo).
No podía conciliar el sueño, me levanté varias veces y se enfadaron
conmigo, obligándome a volver a la cama. Supongo que al final quedé rendido y
Morfeo me acogería entre sus brazos.
Serían las dos de la
madrugada, cuando mi hermano Miguel, acercándose a mi cama, me despertó
susurrando despacito - ¡Manín, levántate,
que han venido los reyes!- Con los ojos
pegados salí de la habitación, me asomé al salón, sorprendiéndome un ambiente
rojizo; la mesa llena de paquetes, y un Rey mago con su corona y una gran barba
blanca como la nieve, que me dejó clavado. -¡Se me puso carne de gallina!- Me miraba serio, invitándome con la mano a
acercarme. Yo al ver esa escena y aquel pedazo de majestad, salí corriendo en
estampida, pegando un salto para meterme de nuevo en la cama y taparme hasta
las orejas. Oí risas, pero como un caracol en su concha me escondía más y más,
casi no podía respirar. ¡Dios, que susto! -Nunca pude explicar el porqué de esa
sensación. Pasado un buen rato, volvió mi hermano Miguel para decirme que el rey
ya no estaba y que podía ver lo que me había traído.
No las tenía todas conmigo y mirando aquí y allá por si volvía el Rey
barbudo, accedí a ir a ver, bueno realmente, a tomar posesión de mis regalos.
Lo que siguió fue un derroche de auténtica felicidad. Abrir los paquetes
ver y sentir lo que había en su interior, algo inenarrable. No importaba si me
habían traído esto o aquello, lo esencial es que habían viajado hasta mí y eso
era suficiente. Noche de Reyes, ¡Pura Magia!"
Mariano Álvarez
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