La cantidad de pruebas que les hago
pasar a los pobres jabones. De dureza, espuma, cremosidad, limpieza…, es como
un juego donde tienes que encontrar al mejor.
El primer acierto es reconocer el aceite que, sin necesidad de mezclarlo con otros, pueda hacer un buen jabón y
por encima de todo sea emoliente y nutritivo, aquí no hay dudas, es el de
oliva.
De a poco vas descubriendo los secretos
para perfeccionarlo. ¿Quieres más espuma?, ¿un poco más de limpieza?,
¿endurecer la pastilla? Nada como el aceite de coco, entre un 15 y un 25 por
ciento.
Un 1 – 1,5 % lo reservo para la cera de
abeja, me baja el nivel de enranciamiento y suaviza la pastilla.
Y por último dejar un 10 % para seguir
experimentando con otros aceites, hay tantos.
Respecto al sobreengrasado (aceite
extra que opcionalmente se le añade a un jabón), no excedo del 5%, con aceites biológicos y mantecas. Prefiero mantenerlo bajo y no correr el riesgo que se enrancie. La
estabilidad de un jabón, muy delicada, puede verse afectada en estos casos por
los cambios de temperatura y sobre todo por la humedad ambiental. Nunca se me estropeó
por debajo de este porcentaje. Unos cuantos que puse a prueba durante un año
con más del 5 % se echaron a perder, no todos, algunos (igualmente los utilicé, sus propiedades son las mismas, pero huelen a aceite pasado). De este modo aprendí
que, como la elaboración de un jabón no es ciencia exacta y depende de muchos
factores, debía, primero, ajustarme a sus fórmulas y después, tantear qué
podría mejorarlo sin extralimitarme.
Para mí, la calidad humectante de un
jabón la aporta la glicerina no el excedente de grasa. Con una acertada y
equilibrada mezcla de aceites de calidad y una correcta elaboración te aseguras
un buen resultado.
Extras que suelo poner en un jabón y me
van muy bien son la cerveza (sin alcohol y sin espuma) y la leche de cabra, no
dan problemas y lo enriquecen. Con la miel hay que tener cuidado, se debe poner
poca y disuelta en agua. Lo mismo pasa con los hidrolatos y extractos, me
complicaban bastante y fui rebajando la cantidad. Macerados, de raíces, hojas,
flores o frutos, con aceite de oliva que no falten, nunca te van a decepcionar.
Y ojo con el agua, algunas dificultan la saponificación (reacción química). La
que más le gusta al jabón es la destilada.
A partir de aquí, con cualquier aditivo
nuevo que se me ocurra poner tengo que cruzar los dedos y puede que, en alguna
intentona, descubra al jabón de mi vida.
En fin, me parece que no he aclarado
mucho el tema, que estamos expuestas siempre a los caprichos de nuestro jabón.
Bueno, es un aliciente que nos mantiene muy entretenidas.
A los jabones de la foto los tuve un
día entero sumergidos en agua (solo hasta la mitad) para ver qué cantidad de
glicerina soltaban. Ganó el redondo que lo hice únicamente de aceite de oliva
macerado con romero y rosas. La verdad que sentí mucho remojarlos durante toda
una noche, sea en aras de la ciencia.
¡Por fin! ¡Por fin llegó la nieve!
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