Cuento de otoño
A los espíritus de la naturaleza
En una tarde otoñal,
allá, en el estrecho, profundo y hermoso valle del río Ungría, sobre una añeja
piedra, cubierta de musgo y liquen, una joven alcarreña en sus aguas lágrimas
vertía; en él se miraba y remiraba, pero este, nunca reflejó de ella, un rostro
hermoso y limpio.
Ningún jilguero envió sus trinos a aquella zagala. Ni la
lavanda, ni el romero, ni flor alguna adornaron ni aromaron sus cabellos.
Clamó al cielo.
Pidió a los ángeles, hadas, brujas, duendes y elfos un
poquito de hermosura, y cuando más grande era su lamento, una brisa de aire
fresco besó su cara.
Se restregó sus ojos y ante ella surgió de las escasas pero
claras aguas del rio ¡una Ondina!, que ataviada con transparentes y ligeras
gasas lucía un cuerpo de mujer de inigualable belleza.
Acercándose sonriente a la joven, le dijo:
-He oído tu lamento y tus plegarias, he visto la tristeza
en tu corazón y entendido tu deseo.
Quiero ayudarte, pero has de elegir entre la belleza o el
amor. ¿Que deseas?-
La joven no lo dudó, eligió la belleza.
La Ondina le indicó entonces: -dirígete a aquel claro del
bosque donde unas llamaradas lo iluminan, verás unas lindas muchachas danzando
alrededor del fuego, elige la que más te guste, acompáñala en su danza y
obtendrás tu deseo-
La Ondina desapareció. La joven atónita y excitada corrió
hacia la hoguera.
¡Que espectáculo!
Cinco bellas y sensuales jóvenes, a cual más hermosa, danzaban
desnudas alrededor de un fuego que no desprendía calor, parecía no arder pero
iluminaba como el Sol.
Ella, fascinada las observaba dudando a quien escoger, decidida,
se lanzó a bailar con la que creyó más bella, y en el frenesí de la danza rodó
por los suelos. Cuando se incorporó, se encontró desnuda y sola en aquel claro.
Todavía aturdida, pudo ver amanecer y cómo la luz del Sol
acariciando su cara, despertaba
todos sus sentidos.
Corrió y corrió hacia el río muy excitada y cuando a él
llegó, arrodillándose lo usó cual espejo.
Vio a una hermosa joven, de cabellos de siena, mirada de
miel, jugosa boca, piel tersa y suave; desbordante y exquisitamente sensual.
Era la doncella más hermosa del valle, y sonriendo, lavó su
cara en sus aguas besándolo en agradecimiento.
Desplegó seductoramente su nueva imagen por todo el valle, y era tal su encanto, que los mozos la veían
inalcanzable.
Acobardados se retiraban, abandonaban. Era demasiado para
ellos. El amor no llegaba a su vida, y amargamente recordó el día en el que lo
despreció.
Desconsolada recorría el valle arriba y abajo llamando a la
Ondina. Pero esta, ya no apareció.
Sin darse cuenta, por donde caminaba iba hermoseando el
paisaje. Lo preñaba de hermosos y variados colores: ocres de las hojas otoñales
que caían aquí y allá, verdes de jugosas hojas perennes, violetas y azules de
los lirios, amarillos de las margaritas y rojos de los majuelos. Surgían encinas,
quejigos, cerezos de Santa Lucía, la orquídea abeja, espliego, jaras, álamos y
zarzales, la lavanda y los zapatitos de la virgen. Los jilgueros la seguían,
cantando a su alrededor.
La joven era y daba vida.
Poco a poco fue fundiéndose en tan magnífica naturaleza, se
hizo eterna y hoy, es parte de ese maravilloso y protegido valle.
El valle del río Ungría en la preciosa Guadalajara
Mariano Álvarez
Otoño de 2014
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