Me obsesionaba el tema y durante más de un año le di vueltas ¿Por qué a veces emulsionaban y en otras se separaban las fases? Estaba desorientada pero sabía que era cuestión de insistir y de anotar exactamente los pasos e ingredientes que daba en cada intentona. Soy cabeza dura, por deducción o por casualidad lo tenía que conseguir. Y fue el azar, en este caso, el que me ayudo a aclarar las dudas. No era problema de componentes ni cantidades, lo que fallaba era la temperatura. Debía evitar que subiera a más de 37º. A partir de aquí, empecé a jugar con todos los ingredientes que se me ocurrían, aceites, macerados, extractos, tinturas, mantecas, cereales… todas emulsionaban.
Sin embargo esta fórmula no sirve para cremas muy fluidas (corporal), al aumentar el porcentaje de agua es imposible ligarlas, en estos casos utilizo ceras vegetales que no dan problemas. Y sí que siento el no poder emplear solo cera de abeja. La que uso es pura, sin tratamientos, conozco al apicultor y el saber la procedencia de los componentes me da seguridad y garantía para mi piel y para la vuestra. Imaginaos una crema hecha con un macerado de flores de camelia y membrillo del jardín, con hidrolato y extractos de lavanda y romero recién cogidos del campo y cera de abeja pura, cuyo único tratamiento ha sido limpiarla tu misma.
Acabo con un poco de historia. La primera nutritiva facial más parecida a la que os presento, denominada colcrém (crema fría), está registrada por el médico griego Galeno de Pérgamo, del siglo II y la heredamos de su obra “Métodos y médicos”. La fórmula consiste en derretir una parte de cera de abeja en tres partes de aceite de oliva, añadiendo tanta agua de rosas como pueda absorber la “masa”. Una variante de esta crema (se reemplaza el aceite de oliva por aceites minerales) que ha conservado su formulación original desde el año 1.911, la encontramos en la famosísima marca comercial Nivea.
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