La fruta medicinal por excelencia, “una manzana al día aleja
al médico de tu casa”. Sus propiedades son muchas y reconocidas en el campo de
la medicina, alimentación y cosmética. En éste último se ha extendido
ampliamente su uso por los beneficios y cuidados que aporta a la piel. En
mascarillas, acompañadas de masajes, refresca y reafirma las zonas flácidas,
además de eliminar impurezas. Hidrata las pieles más secas gracias a su alto
contenido en pectina, vitaminas y minerales. Y no nos podemos olvidar del tan
recurrido vinagre de manzana, que funciona muy bien como desodorante natural,
para dar brillo al cabello o aliviar las quemaduras.
Cuando probé este aceite me gustó su textura ligera y su
rápida absorción. La piel quedaba fresca, satinada y jugosa, sin duda debido en
parte al contenido en pectinas que
favorecen y regulan los mecanismos de transporte de agua, convirtiéndola en gel
y reteniendo así la humedad. Después de un tiempo me convenció y lo incorporé a
mis productos como “aceite que no debe faltarme”.
Hacer aceite de manzana es refácil. Buenas manzanas, buen
aceite de oliva y tres horas macerando con temperatura no superior a 37º. Las
manzanas hay que trocearlas a mano, con la batidora sueltan mucho
jugo y se nos va a hacer un puré indeseable. Deshidratadas también es una buena opción.
Por cierto, me ha venido a la cabeza, ¿sabíais que no fue una
manzana la que nos impidió el paso a Edén? En las escrituras no aparece ningún pasaje
mencionando este fruto ni otro conocido. Echad un vistazo y lo comprobaréis.
Posiblemente fue un pintor de la época de Leonardo da Vinci, Alberto Durero,
que en el año 1507 inmortalizó a Adán y Eva con su manzanita.
Y lo que también es cierto es que fue una mujer, Eva, quien
eligió alimentarse del Árbol del conocimiento y no del Árbol de la Vida (el de
la inmortalidad), decidió ser mortal a cambio de la sabiduría. Ya apuntábamos.
Ingredientes del jabón y crema: Aceite de oliva macerado,
argán, coco, aceite de almendras y cera virgen. Con
hidrolato de rosas.