Parece que nuestro afán por embellecernos viene de hace mucho.
El primer cosmético que se conoce fue la arcilla que ya en la época paleolítica
hombres y mujeres la utilizaban para proteger el cuerpo, adornarse o transmitir
sus estados de ánimo.
Con los egipcios, pioneros en la fabricación de productos
cosméticos, se comercializaron todo tipo de remedios: desodorantes, tónicos,
ungüentos blanqueadores, suavizantes, antiarrugas; siendo los primeros en
elaborar el jabón cuya base fue la saponita. Eran muy vanidosos y se
enorgullecían de su aspecto dándole mucha importancia al aseo personal, aunque
tal vez a Marco Antonio no le resultara tan atractivo los pintalabios y
coloretes de Cleopatra a base de pigmento rojo oscuro de escarabajos aplastados
y de polvo de huevos de hormiga, sin embargo le fascinaba y enloquecía su
perfume de aceites de rosa y pachuli.
¡Todo lo que hemos recorrido!, con
tratamientos tan sofisticados como el peeling a base de diamantes y rubíes triturados con ácido
láctico que, según dicen, deja una piel radiante o la activación del gen que
regula la longevidad de las células a través de información que ofrece el ADN
de la piel, pero bueno, lo que quiero contaros es que nuestra arcilla sigue
ahí, resistiendo duramente a los avances científicos y tecnológicos y adaptándose
estupendamente a la cosmética vanguardista en forma de jabones, cremas,
limpiadoras o mascarillas. Así que hoy el jabón no podía ser más que de arcilla, rosa. Con aceites de manzana y abedul, karité y cera. La mascarilla lleva los mismos ingredientes, la tenéis que extender con pequeños y suaves masajes dejándola
reposar no menos de treinta minutos, retirad y aclarad con agua tibia
acabando con fría.
Sobre el aceite de manzana, llevo un tiempo utilizándolo y
seguramente lo haré ingrediente fijo de temporada, tanto en
cremas como en jabones. En un próximo post, no quiero alargar éste, os comentaré algo más
sobre él.
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