Se cuenta que el Rey de Inglaterra, Carlos II, intentó cerrar las chocolaterías porque creía que eran semilleros de seducción. En Francia, la corte lo consideraba un producto barbárico y una droga nociva por sus efectos vigorizantes. Y en España, sólo los monjes conocían el procedimiento para convertir el cacao en chocolate, guardando celosamente la receta como un secreto de Estado.
Las que somos adictas al chocolate lo hubiéramos pasado mal en aquella época. Es mi única golosina.
Estimulante, energético, tonificante, nutritivo; reanima y reconforta el cuerpo. Olerlo, saborearlo, extenderlo por la piel o las tres cosas al mismo tiempo, aumenta el ritmo cardíaco, sí, hay investigaciones que lo confirman. Neuroimágenes han demostrado que durante su consumo el chocolate visita las zonas de placer del cerebro.
Así que, probad un día en casa y haceros una mascarilla facial o corporal con cacao puro y leche de maicena (calma y suaviza la piel); tibia, cremosa. Después, con la piel limpia y húmeda frotaros con un trocito de manteca de cacao y fundirlo con el calor de vuestro cuerpo. Haréis a la piel una incondicional de esta terapia.
La composición del jabón: aceite de oliva, argán, coco, manteca de cacao, cera virgen, leche de avena y cacao puro.
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