La primera vez que utilizas un jabón natural para lavarte el
pelo no te deja muy convencida. Nada más empezar, te incomoda agarrar una
pastilla y frotarte la cabeza, acostumbrada a utilizar el bote de champú, luego
te preguntas por qué tarda tanto en sacar espuma y por qué es tan diferente (sus
burbujas son tan pequeñitas que parece mousse) y ya en el aclarado notas al
tacto un pelo distinto, por lo que dudas si será eficaz o no.
Un porcentaje muy alto de las que aguantan más de un mes
utilizando el jabón no querrán volver al champú, pero hay que pasar la prueba; y dejarte convencer de que las burbujas no son sinónimos de limpieza, hay
otras muchas sustancias que limpian y no sueltan ni una sola pompa.
El champú industrial lleva, además de detergentes, compuestos
para producir abundante espuma (tensioactivos), mientras que un jabón natural
no, evitando que el pelo sufra problemas de sequedad y maltrato a causa de estos
agentes químicos. La industria para evitar este contratiempo crea el
acondicionador, es decir, te ofrece una solución a un problema que ha originado
ella. Y los suavizantes o acondicionadores solo son siliconas, algunas
solubles y otras no (la mayoría) al agua, que se adhieren al cabello en forma de película de plástico impidiéndole respirar.
Cuesta quitar esa capa de residuos y más de un día para otro. A
esto me refería al principio, un jabón natural necesita tiempo para recuperar
el cabello, pero lo hace.
Acabar con un consejo, las puntas y zonas secas del cabello, al ser tejido muerto, necesitan mayor protección que el cuero cabelludo que es piel, por lo que es conveniente protegerlas con una crema nutritiva antes del lavado. (Ver entrada “jabón y bálsamo para el cabello").
Jabón natural de romero y caléndula con aceite de argán, oliva, coco, manteca de cacao, aceite de ricino y agua floral de romero.